Nunca me ha gustado definir una película, serie, novela o cualquier obra de arte con la etiqueta de «mejor del año», sobre todo si aún quedan dos o tres meses para que acabe el mismo. Y es que a principios de temporada salió la miniserie ‘Veneno’ (Atresmedia) y la gente la coronó como ganadora un poco apresuradamente, porque después llegó ‘Patria’ (HBO) y ahí la peñita enloqueció de placer y le quitó la corona, la banda y el ramo de flores a la pobre Cristina Ortiz y se lo colocó a la ficción vasca que se las prometía muy bonitas como la “txapelduna” de la TV, pero, hace unos días, empezaron a estallar cabezas de serieadictos que ya no sabían que hacer, ni que postear en Twitter, ni a quien colocarle la etiqueta de «mejor serie nacional del año». Y todo esto ha pasado al ver que Movistar+ lanzaba como distribuidora la ficción producida por The Lab y Caballo Films de título ‘Antidisturbios’, uno de los mejores audiovisuales del año… ¿O el mejor?

Esta miniserie de 6 capítulos viene firmada por las manos manchadas del mayor talento creativo aglomerado y demostrado en la última década en nuestra tierra, Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen. Siendo estos creadores y guionistas junto a Eduardo Villanueva, y en el caso de Rodrigo, codirector junto a Borja Soler, de una serie que bien podía ser una peli de seis horas, ha levantado polémica entre parte de los sindicatos policiales beneficiándose así de un impagable marketing de promoción no buscado. La serie está formada por un casting principal apoteósico de machotes alfa de relumbrón, los cuales así todos juntos, podrían liderar el cartel de cualquier superproducción mega taquillera para cines, y que, además de estar excelentemente dirigidos por Sorogoyen, todos como equipo y desde el primer segundo, sin fisuras, también logran individualmente interpretaciones soberbias e hiperrealistas. Una serie que nos descubre al completo el talento en expansión y los ricos matices actorales de Vicky Luengo dando vida a la inspectora de asuntos internos Laia Urquijo, que lidera un thriller tenso, brutal, anfetamínico y adictivo por fascículos, que empieza con una velada familiar y una partida de trivial que se torna incómoda.

PEÑA Y SOROGOYEN: LA PAREJA PERFECTA

Si empezamos a diseccionar los motivos por los que ‘Antidisturbios’ha generado tan buena crítica y unas valoraciones tan positivas entre el público y la mayoría de prensa especializada, comenzamos destacando por encima de todo a la pareja creadora de la idea, Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen, puesto que ambos ya marcan un estilo de producto que te puede gustar más o menos, pero no cabe duda de que el resultado es óptimo y fresco. Desde la historia y la manera de contarla, los personajes y sus subtramas, los actores y actrices que los interpretan, el tempo de montaje, la fotografía, los planos, encuadres y utilización de los movimientos de cámara en mano para transmitir emociones al espectador, la dirección de arte… Todo ello viene ya marcado por un estilo elitista que empieza a ser característico en los trabajos de ambos, un thriller de personajes pulcro y efectivo.

Su primer trabajo juntos se remonta a 2008, en la serie ‘Impares’ (Antena 3 TV) donde Rodrigo formaba parte del equipo de directores e Isabel del de guionistas, aunque ya se conocían de la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid. Volverían a coincidir más tarde en otros proyectos también para televisión como las series ‘La pecera de Eva’ (2010) y ‘Frágiles’ (2012). Es a partir de ‘Stockholm’ (2013) cuando su colaboración para la gran pantalla les convierte en un tándem único e indivisible hasta el día de hoy, firmando cuatro largometrajes en siete años que han recibido premios y alabanzas tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. El primero antes mencionado, está más en la linea estilístico filosófica de su último estreno, ‘Madre’ (2019) secuela inspirada en el cortometraje homónimo del propio Sorogoyen, ganador de un Goya y nominado al Oscar en 2017. Pero la serie que nos trae hoy aquí se mueve por los terrenos de juego de sus otros dos trabajos ‘Que dios nos perdone’ (2016), Goya al mejor actor para Roberto Álamo y ‘El Reino’ (2018), ganador de 7 cabezotas del pintor zaragozano de las trece a las que optaba, entre ellas mejor director y mejor guion.

DEL PORRAZO AL PELOTAZO URBANÍSTICO

De hecho podríamos decir que ‘Antidisturbios’ es una mezcla de tramas y escenarios de ambas películas, ya que se nutre tanto de curiosear de manera realista por las entrañas de una comisaría de la mano de dos inspectores como en ‘Que Dios nos perdone’, y también de tirar del hilo para desenredar la madeja de la corrupción política y judicial como en ‘El Reino’, con historias de ficción inspiradas en tramas de corrupción reales ocurridas en nuestro país en los últimos años, que sin dar nombres, coinciden en hechos y maneras con algunas ya conocidas. En esta miniserie damos un paso de avanzadilla hacia ese mundo policial y nos metemos de lleno como uno más dentro de un furgón de antidisturbios, el Puma 93, y de su garaje, sus oficinas, sus casas, sus familias y sus camas. Nos metemos de lleno a verlo todo de ellos. Hasta nos metemos unos tiritos con ellos, audiovisualmente hablando claro. No olvidemos que es todo ficción.

Comentaba Rodrigo en una entrevista para Sensacine, que la idea de la serie nace allá por 2014 (un buen año para llevarte un porrazo policial en Madrid) y nació mientras escribían el guión de su segundo largometraje ‘Que Dios nos perdone’, de la curiosidad y de hacerse preguntas y querer adentrarse en la vida de un antidisturbios, ¿Quiénes son? ¿En qué piensan? ¿Tenemos algo en común? De hecho el personaje de Alfaro, que interpretaba Álamo en la cinta, en un principio iba a dar vida a un miembro de la UIP, y aunque finalmente no lo fue, porque añadía problemas a la trama, la idea quedó grabada para una ocasión posterior, justo ahora, cuatro años después. De igual modo en la serie también se cotillea por las cloacas de la corrupción y las tramas inmobiliarias, con jueces y policías y personas en general corruptas, y aunque en menor medida, nos recuerda a los escenarios y personajes que vimos desfilar por ‘El Reino’, pareciendo alguna fase de la trama en la serie una especie de mini spin-off de la peli. De hecho Sorogoyen repite aquí trabajo con parte del equipo del largo, como su director de foto Alex de Pablo, para la música vuelve a confiar en Olivier Arson, y, en el caso del montaje, de nuevo cuenta con Alberto del Campo, estos dos últimos ganadores del Goya el año pasado en su colaboración con el director madrileño.

Pero para entender mejor todo, es necesario hacer un repaso a los protagonistas que van a corretear por la historia que nos trae hoy aquí, que viene aderezada con unas subtramas marcadas y jugosas, unos diálogos mimados y reales, unos perfiles psicológicos muy estudiados y unos arcos de personajes en ocasiones imprevisibles. Se nota un trabajo metódico de Rodrigo en los ensayos con el elenco, que ayuda a que las acciones salgan naturales y a sostener eficazmente los planos secuencia. Es conocido por declaraciones del propio reparto a los medios, que el director es favorable de conocer, cuidar y escuchar al actor y de conseguir un reparto coral involucrado al máximo, creando una simbiosis perfecta entre la crew técnica y artística, inmejorable para trabajar. Un rodaje duro, con semanas de entrenamiento, acercamiento a policías y profesionales antidisturbios con jornadas de defensa personal todo ello supervisado por Felipe Hita, miembro de la UIP. Todo tenía que parecer verdadero. Y así es.

TRANQUILA, LOS HUESOS DUELEN AL CRECER

Todo empieza con su cara, sus hipnotizantes ojos, sentada en una silla, plano medio, gran angular, una familia juega al trivial, el padre lee una pregunta, Laia (Vicky Luengo) responde, intuye que ha acertado, pero se le plantea que ha fallado, pasan unos segundos, el juego sigue para el resto pero no para ella. Laia detiene la partida, exige verificar la respuesta, no parará hasta confirmarlo, seguirá su intuición hasta conocer la verdad, su olfato de sabueso no suele fallar y no falla. Ella tiene razón, hubo trampas, se indigna y crea mal ambiente. Así de sencillo y brillante. Sorogoyen solo necesita unos minutos para presentarnos de manera magistral a nuestra, a mi entender, verdadera protagonista entre tanta testosterona uniformada. Nos expone rápidamente su arquetipo, su eneagrama y su carácter, una persona que no se doblegará ante nada ni nadie para hacer justicia y que criticará el inmovilismo cómplice de sus compañeros de juegos y que, por supuesto, repudia el gesto antideportivo de la autoridad, en este caso de su progenitor. Y aquí con esta primera secuencia se nos muestra un mapa alegórico simbólico de lo que veremos a continuación, una radiografía del problema del que trata la obra.

En el país de los pícaros y los lazarillos, en la época de las trampas y las fake news, unos cometen la infracción para ganar, otros lo ven y no le dan importancia pese a ser ellos los que pierden y otros ni lo ven ni lo quieren ver, ni les importa siquiera que se haga. Pero no a ella, la teniente Urquijo no acepta la mentira, no tiene quiebre, no entiende un no si ella considera que es sí, y siempre nos sentimos protegidos a la vez que esperanzados cuando ella aparece en pantalla. Es nuestra aliada para saber más y descubrir la suciedad que nos rodea, cada vez mayor cuanto más profundo investiga. Ella, como lo fue Al Pacino en su época, es ahora la nueva Serpico. Y no nos engañemos, Laia no es nuestra ‘heroína’, solo es una persona normal haciendo lo correcto, el personaje de una policía honesta aunque obstinada, soberbia en su moralidad y caprichosa hasta el infantilismo como buscadora de la verdad de una manera enfermiza. Con ese perfil cercano a la sociopatía, tan rico y difícil de tratar, en ocasiones de ademanes casi violentos por el ímpetu de conseguir respuestas, incluso a veces exasperante y retorcida. Aún así la seguimos embelesados por la pantalla sin pestañear esperando que interrogue y ponga en jaque al escuadrón de antidisturbios, a sus superiores y a quien se ponga por delante.

SEIS BOMBAS A PUNTO DE ESTALLAR 

El contrapunto a Laia en el relato, serán ni mas ni menos que seis hombretones, seis policías miembros de la UIP, a los que nos uniremos y acompañaremos como invitados de lujo dentro de su furgona, llena en su interior de pegatinas que en algunos casos lucen anticonstitucionales. Vamos camino de un desahucio, pero no será un lanzamiento normal, algo no va bien, solo son seis efectivos para desalojar a treinta personas. El juez no cede y da la orden de intervenir sin demora, la cosa se calienta, se complica, la tensión sube y alguien muere. Es ahí donde entrará en escena la gente de asuntos internos, donde la intensa detective y sus sositos compañeros iniciarán un sistema de escuchas y vigilancia mientras interrogan a los implicados uno a uno en busca de algún comportamiento negligente. Y lo encontrarán, aunque lo que van a descubrir les lleve hasta figuras judiciales y políticas en otro escalafón social. Personajes que ya se relacionan en las altas esferas de lo delictivo a un nivel muy superior. Canallitas de alto standing.

López (Raúl Arévalo), Parra (Alex García), Osorio (Hovik Keuchkerian), Úbeda (Roberto Álamo), Bermejo (Raúl Prieto) y Murillo (Patrick Criado), en realidad son seis bombas de metralla toscas a punto de explotar, en un espacio muy reducido, aunque ellos no lo saben. El incidente del desahucio activará unos resortes internos en cada uno de ellos que nos expondrán sus miedos, angustias, ansiedades, estrés, dolores físicos, inseguridades, malas decisiones, nerviosismo… Porque ante todo son personas, con familias alejadas a las que visitar los días de permiso con muchos cientos de kilómetros de carretera mediante. Mujeres e hijos ausentes aunque presentes. Hombres con faja y calmantes para el dolor de espalda, con discusiones motivadas por la depresión y la tensión acumulada. Amistades conflictivas, vicios nocturnos, garrafón y discotecas de dudoso gusto. Juventud mal educada con ímpetu patriótico mal entendido o con comportamientos delictivos de acoso laboral, machismo y agresión reincidente.

Psicológicamente inestables vaya. Todos ellos, con un perfil tan rico de personaje que bien podrían tener sus propias series individualmente sin decaer el interés por ninguno de ellos. Luego están los espléndidos secundarios, que rodean a estos seis policías y a Laia, ejerciendo de contrapunto. Antagonistas como Rosales (David Llorente) o cómplices como Moreno (Tomás del Estal), destacando también Nico Romero como Aitor o Mónica López interpretando a Diana dentro de un casting efectivo, intuitivo y natural. Rodeando a unos monstruos interpretativos que irán escalando en violencia y tensión según avanza el metraje, hasta llegar a un clímax perfecto que tendrá su orgasmo requetefinal con la larga secuencia del restaurante donde confluye todo hasta que llegan a las manos.

HAY UN ASUNTO EN ALGECIRAS

No le daremos mucha importancia a la polémica que ha surgido al entender ciertos sectores de la policía que la serie daña la imagen de la UIP y de los miembros del departamento. Personalmente, después de ver la serie entera no tengo esa sensación, solo me queda la moraleja final lógica buscada por sus creadores de que los antidisturbios son personas normales y que, como en todos los oficios hay de todo, mejor y peor. En Movistar+ huyen de alimentar polémicas y recuerdan que la serie es una ficción, no un documental, diga lo que diga irónicamente o no Rufián en Twitter, y que al ser ficción suenan raro las críticas sobre todo por su forma. Es como si los detectives de mascotas se hubieran quejado fuertemente de que Ace Ventura denigraba la imagen del gremio. Muy loco todo, ¿verdad? Pues así es. Y quizá la problemática viene a ser que los acontecimientos y personajes que rodean todo el entramado son tan similares a los existentes en la vida real que eso levanta un poco de ampollas en ciertos sectores no acostumbrados a que se de una imagen negativa y tan realista de ellos. Porque el personaje de Revilla en la serie tiene cierta similitud con cierto ex comisario de perilla y gorra, muy de actualidad en los últimos años por ser una especie de abominable Heisenberg de Mirasierra.

Y así con muchos recortes de prensa y de recuerdos reales vividos, recreados de alguna manera en la serie, como los disturbios de la Plaza Nelson Mandela con las sillas volando ante la protesta después de la muerte de un mantero en Lavapiés, una de las pinceladas de denuncia social que hace la serie, donde el personaje del senegalés Yemi (Thimbo Samb) les persigue a todos cual víctima fantasma atormentando sus conciencias. Hasta vemos una patera llegar a una playa, la ilusión en sus caras y el sueño del primer mundo. Peña y Sorogoyen exponen a debate también de alguna manera el menor porcentaje existente de mujeres antidisturbios, aunque sí que plaga de féminas los puestos talentosos e importantes en asuntos internos y a la ambiciosa e implacable jueza que desde la sombra trabaja para derrocar el fraude.

Sin duda y como siempre, os recomendamos ver ‘Antidisturbios’ porque es una gran serie. Rodada con la profesionalidad de una producción de cine donde encontraremos secuencias llenas de adrenalina, planos imposibles, primerísimos primeros planos, aberrantes e incómodos a la par que bellos, potenciados por un manejo de la cámara en mano excelente que baila entre los protagonistas. Esta idea parte directamente de Rodrigo, centrado en que la historia en los primeros capítulos tuviera un montaje y unos planos inestables y sucios hasta que en los finales todo fuera ordenado y pulcro. Disfrutaréis de operativos policiales en partidos de fútbol de alto riesgo, Rajoy hablando en la radio y el barco de Piolín, entre otros, pero sobre todo tened la certeza de que nadie está tan limpio como parece ni todo está tan sucio como lo pintan. Y todo pinta a que habrá segunda temporada. Y pinta bien.