– Basándonos en su salud, en su enfermedad y en toda la evidencia, calculamos que tiene 30 días para poner sus asuntos en orden.
– Treinta días, hijos de puta. Les voy a dar una noticia. No hay nada allá fuera que pueda matarme en 30 días.

En una época (principios de los 80) en la que el SIDA era tratado de plaga divina, castigo de dioses y apestados y repudiados quienes lo padecían, Jean-Marc Vallée (Café de Flore) pone el foco en la vida de Ron Woodroof, un cowboy de rodeo texano, drogadicto y mujeriego que comenzó a automedicarse para paralizar la enfermedad.

La historia, basada en hechos reales -algo que estoy segura de que ayudó de cara al triunfo en los Oscars-, narra las complicaciones que Ron Woodroof (Mathew McConaughey) vivió cuando en 1986 descubre tener el virus del VIH y decide asociarse con un transexual, también seropositivo, Rayon (Jared Leto). Ambos crean un club clandestino que proporcionará a todo tipo de enfermos medicinas experimentales ilegales en Estados Unidos, pero permitidas en el extranjero.

Quizás, el mayor problema de este largometraje no se trate de defectos sino de excesos. En este caso, las interpretaciones de los protagonistas dejan pequeño el argumento, el verdadero tema en el que se centra la historia.

El triunfo de los protagonistas

dallas-interior-unoGracias a ese Mathew McConaughey que dejó por fín la comedia romántica y encontró su verdadero lugar en cine -después de esto vendría la gran serie “True Detective«– observamos un papel magistralmente interpretado que no cae en el victimismo dentro de esa situación. Con un toque de sentimentalismo -el justo y necesario-, hace su papel y su cambio de imagen creíble para adentrar al espectador en la vida de Ron Woodroof, y despojarle de todo prejuicio. En este tránsito de grandes interpretaciones le acompaña Jared Leto, irreconocible como Rayon, personaje más estereotipado, que en algunos momentos cae con demasiada facilidad en el dramatismo lacrimógeno, pero que transmite con intensidad al espectador la fragilidad y las tendencias autodestructivas de su personaje.

Los dos protagonistas hacen que los secundarios, Jennifer Garner (Elektra), Dennis O’Hare (American Horror Story) y Griffin Dune (El Dilema), queden devorados por sus interpretaciones.

Esto es lo malo y lo bueno que sucede con los elementos de la película. El director, el guión, la fotografía, todo desmerece cuando ponemos en la balanza las interpretaciones de estos dos actores. Pese a ello, Jean-Marc Vallée narra correctamente la evolución ideológica, los temores, el derrumbe, la supervivencia, la verdadera amistad que encuentra en Rayon y la lucha contra las farmacéuticas, creando opinión en el espectador, a veces cayendo en el estereotipo y otras queriéndolo desmontar. Sólo por las interpretaciones que encontramos en esos 116 minutos, merece la pena disfrutarla.