Describía Juan Luis Panero –hermano del célebre Leopoldo María Panero– con magistral acierto en un poema al hombre invisible:

‘‘Se mira en el espejo que ya no le refleja,
todo, menos él, aparece en la fría superficie,
la habitación, muebles y cuadros, la variable luz del día.

[…]

No contempla a nadie, porque es nadie,
la nada en el cristal indiferente de la vida’’.

Imperceptibles a la vista como cualquiera que saca adelante su jornada, día a día, en un barrio cualquiera, alejados de los focos y humildes porque no puede ser de otra forma. Porque para algunos la humildad es una suerte de mérito, pero para los realmente humildes es una forma de vida, un principio que no llegan a plantearse.

Por lo que cuentan, Plasencia no es precisamente el paraíso. Y menos para las ratas. Hay, como en todos sitios, gente a la que no se le ha regalado nada jamás, gente con miedo a pensar en el futuro y en la suerte, sin fe y sin enchufes. Esa gente que, en resumen, ya había perdido antes si quiera de empezar a jugar, por lo que el juego sucio es perfectamente lícito. Esos son los invisibles.

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Es probable que no florezca la virtud en su expresión más sublime en aquellos lugares que acostumbran a frecuentar los invisibles, pero de su sudor se destilan otro tipo de valores: la camaradería y la amistad alcanzan otro tipo de dimensión cuando están llamadas a suplir el espacio de la (buena) suerte, cuando la miseria es lo único a repartir. En este caso, la amistad es gratis y la vida enseñó que, de todas formas, todo lo que se puede comprar con dinero es barato. Invisible reconoce a invisible como real reconoce a real. Y así comienza y termina todo. ‘‘Nos cagamos en la puta pero juntos y contentos’’.

En esos lugares, la falta de medios enseña a los chavales a sacarse las castañas del fuego y la ausencia de luz les obliga a algo fundamental: aprender a brillar por sí mismos. Hay valor en esa manera de enfrentar la vida, y hay rabia en lo que escupen, aunque solo guarden amor para los suyos. Amor de verdad, del que se curte en la guerra y se demuestra en la vicisitud, del que se nutre en esa humildad verdadera. Su lucha es ejemplar, aunque no sirvan de ejemplo a nadie. Hay algo de premeditado en su anonimato.

La indiferencia del mundo y sus devenires deja tan solo la cara B a los prescindibles, a aquellos que no están llamados a hacer historia. Pero en los sitios a los que la luz solo llega parcialmente también hay reyes. ‘‘Invisible’’ es la nueva obra de Miguel Coque, Fran Pizarro y Nacho Mohedano.