¿Tú te fiarías de alguien como tú?

Personajes que no son lo que parecen, una fotografía extremadamente cuidada y una narración al detalle que captura al espectador forman el escenario de “La isla mínima”, la última película de Alberto Rodríguez.

La historia nos sitúa en 1980 en un pueblo de las Marismas del Guadalquivir por el que parece haberse detenido el tiempo. Dos adolescentes aparecen muertas y los inspectores de homicidios Pedro y Juan son los encargados de resolver el crimen. A partir de ese momento, el director nos absorbe con una narración que engancha y nos introduce de lleno en los misterios del pueblo. Una comunidad cerrada que dificultará la investigación de los dos inspectores recién traídos de Madrid.

Los personajes están cuidados al detalle, ningún gesto ni ningún silencio es casual, todo está medido para que el espectador interprete lo que va sucediendo. Los investigadores Juan (Javier Gutiérrez) y Pedro (Raúl Arévalo) son un ejemplo de ello.

El primero de ellos pertenece a la vieja escuela. Es un tipo, trasnochado, con problemas de alcoholismo y dudosos métodos, cuya ética deja mucho que desear. El personaje de Arévalo representa justo lo opuesto. Una persona idealista, un soplo de aire fresco en esa época de transición en la que la institución policial no era lo más democrático que había. Pero incluso estos dos personajes tan opuestos van a mostrarnos su evolución durante esos 105 minutos en los que veremos que no son tan diferentes como parece en un principio.

Destaca, además, Antonio de la Torre, que interpreta a Rodrigo, el padre de las jóvenes, en una interpretación con tintes oscuros aunque se echa en falta más intervención del personaje durante el filme. La revelación ha sido, en este caso, Nerea Barros, la madre de las desaparecidas, que a través de su mirada triste, sus silencios y sus secretos confesados a media voz se hace indispensable en la historia.

El lugar importa y mucho

El director convierte a las marismas en un personaje más. A ratos dificulta la investigación embarrando a los personajes y a ratos nos saca a flote más pistas que conducen al asesino. Juega un papel de vital importancia durante toda la narración. Por eso, no es de extrañar que la fotografía esté tan cuidada con planos aéreos que nos hacen ser conscientes de la inmensidad en la que nos hemos introducido. Semejante labor corre a cargo de Alex Catalán, que a través de las texturas y colores del terreno nos guía de manera espléndida en la narración. Desde los créditos del comienzo con las imágenes grabadas con drones hasta la que nos lleva a la resolución final del misterio –me contengo de hacer spoiler, vedlo vosotros mismos- crean una atmósfera mágica que atrapa.

No es de extrañar las 19 nominaciones a los premios Goya, ya que llevábamos años sin ver un thriller de estas características que atrape al espectador y lo lleve a su terreno sin apenas percibirlo. En los premios Feroz, la antesala de los Goya, «La isla mínima» se llevó un total de cinco premios de los diez a los que optaba -mejor película dramática, mejor dirección, mejor actor (Javier Gutiérrez), mejor música original y mejor trailer-. Un buen guión, buenas interpretaciones y una tensión perfectamente mantenida durante toda la narración hacen que se convierta en una de las películas españolas favoritas del año.

Nota: 8/10