No tuvo rival, ni tan siquiera a alguien que le incomodase en las categorías más importantes. “La isla mínima” arrasó en los Premios Goya obteniendo diez premios de los diecisiete a los que optaba. Mejor película, mejor director, mejor interpretación masculina y otras siete estatuillas más. Sus detractores no entienden que la película de Alberto Rodríguez se encuentra a años luz del resto de nominadas, los académicos si. Eso si, alguien debería explicar por qué las marismas del Guadalquivir no tendrán el protagonismo merecido en los Oscar.

“El Niño” era el supuesto rival digno que tenía “La isla mínima” en la gala. Algo totalmente irreal, ya que la película de Daniel Monzón solo obtuvo cuatro estatuillas, tres de ellas a nivel técnico y una a la mejor canción original. Olvidada en los Premios Feroz, no consiguió arrebatar el éxito a la triunfadora de la noche ni en mejor actor revelación, donde un sembrado Dani Rovira consiguió que los espectadores se olvidasen de Jesús Castro, unos ojos bonitos que maquillaron un buen guión.

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La tercera en discordia fue el éxito taquillero del año. “Ocho apellidos vascos” fue el principal foco de atención hasta en tres ocasiones gracias a sus actores. El ya citado Dani Rovira y, además, Carmen Machi -recordando a su querida Amparo Baró- y Karra Elejalde fueron valorados por sus espectaculares actuaciones como actores de reparto. Evidentemente, esta comedia no será estudiada en las ramas de comunicación dentro de unos años, pero las risas merecen ser premiadas y está película de Emilio Martínez Lázaro, principal ausencia de la noche, en ese aspecto iba sobrada. Los guionistas, ninguneados, veían la gala desde su casa y en pijama. Esa sensación de que hay cosas que no se terminan de hacer bien.

Rovira, Banderas, Wert y los extraños planos

El cine resistirá, erguido frente a todo. Así comenzó la gala como si de un musical se tratase. Los actores, que tienen fama de quejarse, lo hicieron, pero a cuenta gotas. Wert, que tuvo el valor de dar la cara, cosa extraña en los políticos españoles, tuvo que aguantar algunas críticas respecto al IVA en la cultura o ataques más directos como el de Pedro Almodovar: «Buenas noches a todos, amigos de la cultura y el arte; señor Wert usted no está incluido”. Razón no le faltó.

Sin lugar a dudas, uno de los actores que más reforzado salió de los Premios Goya fue Dani Rovira. El mejor actor revelación del año consiguió amenizar una eterna gala, que empezó con un discurso serio y reivindicativo, pero que se mantuvo con grandes dosis de humor a costa de la simpatía del malagueño. El problema fue el cierre, que se alargó más de una hora por actuaciones musicales innecesarias o por aquellos: “Se lo dedico a mis padres, a mis hermanos, a mis compañeros, a mis compañeros nominados, a mi perro, a mi vecino, a los gordos, a los flacos, a los altos, a los bajos”. El minuto para las dedicatorias se convirtió en un cuarto de hora para unos agradecimientos que, valga la redundancia, se agradecería que los hiciesen en su día a día y no teniendo la necesidad de estar en televisión.

Antonio Banderas, galardón honorífico a toda una carrera, se encargó de pronunciar un discurso tan brillante como eterno, pero no hay quejas porque uno suscribe cada palabra del malagueño. «La mediocridad es el mayor negocio de nuestro tiempo”, afirmó Banderas antes de emocionarse recordando los planos más importantes que se ha perdido, los de su hija. Hablando de planos, estaría bien que alguien explicase por qué se colaban algunos que no aportaban nada e incluso mareaban. ¿Goya a la peor realización?

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