Motomami: más allá de la identidad
Cuando se cumplían tres años de la estela que había inaugurado ‘El Mal Querer’, Rosalía anuncia a través de sus redes sociales el que sería su tercer álbum de estudio. No necesitamos más que quince segundos de adelanto para entender que ‘Motomami’ inauguraba una nueva era alejada del álbum que la catapultó a la fama.
Tras la publicación junto a Raül Refree de ‘Los Ángeles’ en 2017, el hito de ‘El Mal Querer’, proyecto con el que puso el broche final a sus estudios musicales, le supuso un ascenso estratosférico, levantando verdadera admiración entre el público y la crítica internacional, y que culminaría también con colaboraciones con Travis Scott, Billie Eilish, Arca, James Blake, Oneohtrix Point Never, Bad Bunny, Ozuna o The Weeknd. Desde entonces, ya como estrella internacional, los sencillos firmados por la catalana durante estos más de tres años (‘Aute Cuture’, ‘Millonària’, ‘Dio$ No$ Libre del Dinero’, ‘A Palé’. ‘Juro Que…’) más allá del afán por probar sonidos –o puede que experimentar–, patentaban aquello que la artista era capaz de hacer a nivel lírico y vocal, pero también en la producción.
Sin prisa, pero sin dejar de dedicar horas en el estudio, Rosalía empieza a visualizar esta transformación que la guía hacia su último LP, donde al igual que en su segundo álbum, hace música que presente un reto en todas las facetas musicales, pero siempre que sea un reflejo de ella misma y no coarte su forma de concebir esta disciplina.
DESDE ‘EL MAL QUERER’ HASTA ‘EL MAL DESEAR’
Desde adelantos en TikTok hasta apariciones en SNL y en The Tonight Show, con Jimmy Fallon, las semanas previas al lanzamiento generaban demasiada expectación entre el público. La propia artista se encargaba de acercar poco a poco su obra al público, siempre sembrando la duda acerca de “¿qué es ser una motomami?”. Ya fuera con los “mandamientos” de una Motomami publicados en Twitter, o con unos singles que verdaderamente consiguieron provocar sentimientos encontrados entre los oyentes, Rosalía lleva semanas en boca de todos.
Como la artista cuenta a los medios, afirmó en su entrevista con Zane Lowe para Apple Music que en el nacimiento de este proyecto fueron fundamentales la búsqueda de privacidad y el nivel de exigencia, hasta que finalmente entendió qué quería contar y cómo quería contarlo, siempre confiando en que todo fluyera (“God’s plan is perfect”). El éxito cosechado por su álbum previo terminaría madurando en una búsqueda insaciable de libertad y perfeccionismo en lo musical –que no quita que el resultado pueda ser caótico si ella lo busca– que convergen en un proyecto concebido desde lo más primitivo, y que la artista se encargó de retratar durante meses en una cuenta privada de Instagram.
Así termina forjándose un álbum conceptual que se plasma como una autorretrato de la artista a lo largo de una época inestable, en la que Rosalía lleva un sentimiento general, como pueden ser las complicaciones del confinamiento, a lo particular: el sacrificio que supuso estar separada de su familia durante casi dos años, que se revela en aquellos cortes más basados en el storytelling, como ‘G3 N15’. Por ello, tanto en lo emocional como en lo técnico, ‘Motomami’ se constituye como el álbum más difícil de crear para la artista catalana.
ENTRE ‘MOTO’ Y ‘MAMI’
Si prestamos atención al diseño del tracklist, las dudas en torno al concepto de ‘motomami’ se van desdibujando. El lado ‘MOTO’ del álbum representa una estética y un sonido más agresivo, con especial fijación en lo caótico –y hasta incoherente–, mientras que en ‘MAMI’, Rosalía conecta íntimamente con su esencia, su condición natural, donde también se deja llevar por los instintos. Todo ello alimenta la sospecha de que, exceptuando la espontánea ‘Abcdefg’ y la homónima ‘MOTOMAMI’, los cortes del álbum tejen un tándem temático entre canciones (de ahí la irregular disposición del diseño del tracklist).
Estos dos escenarios conceden también protagonismo al sentido del humor de Rosalía, que en sus proyectos anteriores, más serios, no encontraron su espacio. De este modo, tomando este nuevo álbum como el soporte idóneo para una expresión vanguardista y especialmente desenfadada, la catalana se permite retorcer hasta cierto punto el lenguaje y el sonido, señalar temas más controvertidos y poner en valor elementos superfluos a través de metáforas tan enrevesadas como también afincadas en la cultura popular (como la metamorfosis de una mariposa o el pelo rubio de Kim Kardashian).
Y es que en una ‘Motomami’ caben la sexualidad, el cambio, el amor, lo íntimo, lo cotidiano; todo lo complejo que coexiste en nosotros, como seres cambiantes y contradictorios, porque una motomami no deja de ser “una figura femenina que se hace a sí misma”, según cuenta la propia artista a Rolling Stone. Se trata de otra forma de empoderar que no necesariamente debe ser la misma que en ‘EL MAL QUERER’, sino más personal, inspirándose en referentes familiares y artistas cambiantes que no tienen miedo a experimentar. Podemos apreciar esta transformación también en el artwork de sus proyectos: poco –o nada– tiene que ver la figura angelical de Rosalía en su anterior álbum con la agresividad que despierta su nueva portada, con una posible reinterpretación de la ‘Venus’ de Botticelli con un casco a modo de armadura y un frondoso pelo negro azabache, solamente disimulado por la armónica tipografía de ‘MOTOMAMI’, cuyo diseño bien podría imitar la simetría de logos de música metal.
“UNA MOTOMAMI DESTRUYE CON GUSTO SUS OBRAS ANTERIORES PARA DAR PASO A LAS SIGUIENTES”
Si ya advertimos escasa relación entre ‘Motomami’ y trabajos anteriores, su proceso de creación también queda lejos del camino que había tomado hasta ahora. Generalmente, la consagración de los artistas garantiza, en mayor o menos medida, alcanzar amplias cotas de libertad creativa. Lo cierto es que para la artista continuar el legado estilístico de su álbum paradigmático habría sido lo fácil (por mucho que un gran sector del público se figure lo contrario). Rosalía opta por romper con la vía continuista de ‘El Mal Querer’ y “abrir el mundo como una nuez” –o, más bien, reventar la nuez–.
Estas palabras del propio Frank Ocean, que habría colaborado en el desarrollo del álbum y ha sido inspiración para la catalana desde que esta subiera covers de temas como ‘Thinkin Bout You’ a su canal de YouTube, plasman la realidad del proceso de maduración de este nuevo proyecto. Siguiendo los ideales del artista de ‘Blonde’, la catalana empieza a tejer un LP cuyo punto de partida son el libre albedrío y la máxima implicación en el proceso (también para quienes colaboran con ella). Y es que, si algo también diferencia este nuevo proyecto del resto, sería el equipo y los medios que han podido dedicarse al álbum (basta con ojear los créditos para encontrar nombres como Pharrell Williams, Noah Goldstein, James Blake, Tainy o Sky Rompiendo), cuya participación, sin lugar a dudas, ha supuesto un antes y un después en el desarrollo de la artista como música.
Si en su trabajo previo la estructura se habría basado en el en el ‘Román de Flamenca’, que articulaba su esqueleto en torno a varios capítulos, ahora es completamente anómala; si bien, como hemos señalado, las canciones conforman binomios temáticos, no aparecen de forma sucesiva, sino irregular. De este modo, ante lo que en un principio se planteó como una posibilidad de sacar adelante cuatro álbumes, Rosalía se inclina por la opción más valiente –o arriesgada– para profundizar en su identidad (que no crear una nueva) en un trabajo que la separa más que nunca de lo estático, lejos del estándar, buscando siempre el riesgo y la emoción.
‘MOTOMAMI’: RENOVARSE O MORIR
Desde ‘SAOKO’ nos queda claro ese mensaje. La cantante es consciente de que su público ha perfilado una imagen de ella todavía superficial. Como ella misma explica en su VERIFIED de Genius, creemos que lo hemos visto todo, pero no es así. Desde tu propio título, homenaje al reguetón por el ‘Saoco’ de Daddy Yankee y Wisin, cuyo significado puede resumirse en energía, movimiento y sabor, Rosalía configura la canción con todo un despliegue de metáforas que sitúan el cambio, la evolución o incluso la contradicción como hoja de ruta para el álbum, y que podemos captar desde el paso del día a la noche hasta referencias al ballroom con sex siren. Por esto mismo, es la última canción que se creó para este álbum: tras una sesión con Lil Uzi en el estudio Electric Lady, la artista empezó a encajar las piezas de ‘MOTOMAMI’ para escribir una carta de presentación que se ajustara al mensaje, marcada por la distorsión y la incorporación del jazz, además del protagonismo del motor, indispensable en su estética, también en lo visual.
Sigue sus referencias al reguetón, esta vez al corte de ‘Love & Sex’ de Plan B, en ‘CANDY’ la artista le canta a lo que queda tras el amor fallido en un contagioso estribillo que samplea ‘Archangel’, de Burial. Uno de esos temas donde podemos disfrutar tanto lo melódico como la producción, sin que el fandom se olvide de trazar sus hipótesis acerca de posibles destinatarios de la canción. En ‘LA FAMA’, primer sencillo del álbum, que iniciaría la tradición de acudir a TikTok para poder disfrutar de los suculentos snippets del álbum, Rosalía siembra su desconfianza frente a lo traicionero de la fama en una bachata con un The Weeknd más Prince Royce que nunca. A través de la personificación de la fama, a veces gloria y muchas veces traidora, se centra en el recelo que siente en esta nueva esfera de la realidad en la que ahora vive y que tratará desde una perspectiva mucho más vulnerable en ‘G3 N15’.
Cuando empieza ‘BULERÍAS’ parecemos volver por un momento a ‘EL MAL QUERER’ (concretamente, a ‘Que no salga la luna’) que tantos habían deseado. Nada más lejos de la realidad, Rosalía empieza en este track a desgranar lo que parece una lista de “asuntos pendientes” más allá de lo estrictamente musical, en este caso para referirse al camino que ha llevado su carrera: “Soy igual de cantaora, igual de cantaora con un chándal de Versace, que vestidita de bailaora”, incluyendo referencias a ‘La Niña de Fuego’ del cantaor Manolo Caracol, abrazando su pasión por el flamenco con referencias a José Mercé y Niña Pastori, pero recordándonos que su estilo también se vincula a artistas como Lil’ Kim, M.I.A. o Tego Calderón. No podía faltar en un tema tan impregnado del mundo de los tablaos la participación del maestro de Rosalía, Chiqui de la Línea, que figura entre los compositores.
Aunque sea el único corte que abra con su archiconocido “La Rosalía”, ‘Chicken Teriyaki’ es uno de los temas que más ha enfrentado a partidarios de lo purista con quienes apostaban por el progreso estilístico de la artista. Grabado en el Hotel Mercer de Nueva York y basado en la estética kawaii, Rosalía se recrea en esa parte más juguetona de su personalidad, donde el sentido del humor también deja espacio a la opulencia en referencias a Naomi Campbell y Julio Iglesias al mismo tiempo que explora la cara B de la fama, que, aunque traicionera, también empodera (“Y sí, la fama e’ una condena, pero dime otra que te pague la cena”). Algo similar ocurre con ‘HENTAI’, que dejó la controversia servida para aquellos que todavía no están preparados para consumir determinados temas en la música –y puede que más cuando se trata de una mujer–. Se constituye aquí a uno de los tracks en los que, junto con ‘CUUUUuuuuuute’, apuntan hacia un mayor equilibrio entre la parte ‘moto’ y ‘mami’: a través de una letra explícita con atmósfera Disney, Rosalía parte del título (referencia al contenido animado para adultos) para indagar en una de las canciones más íntimas a la vez que naturales, donde también proclama la importancia de Dios de un modo completamente opuesta al que lo hará en ‘G3 N15’ (exponencialmente distanciados en la temática, pero con un marco semejante). Desde luego, la melodía y los juegos con la voz de Rosalía aseguran que no se puede tratar más el sexo de un forma más angelical a la vez que primitiva.
Llegando a ‘Bizcochito’ descubrimos un sonido donde aparentemente cabe todo: desde juegos con la voz de la intérprete hasta ritmos que bien nos transportan a una atracción frenética de feria. A pesar de ser uno de los temas más inevitablemente bailables, no deja el mensaje en un segundo plano: por un lado, no se lo piensa dos veces antes de dejar las cosas claras sobre su música: ni su carrera se sustenta en colaboraciones ni el público puede esperar que saque música con el único objetivo de contentar a las masas, pero lo que sí tiene claro es que ahora puede hacer lo que quiera (“No basé mi carrera en tener hits, tengo hits porque yo senté las bases, ya no tengo nada más que decir, pa’ decirlo hace falta mucha clase”); por otro lado, no olvida que esta determinación levanta ampollas incluso a otras personalidades de la industria: la letra contiene una posible referencia a declaraciones algo controvertidas por parte de La Mala hacia la artista, pero al final del día la catalana es aclamada por su música hasta el punto de causar tendencia (“¿Qué más da que me tire La Mala?, si Haraca me tira la buena, habla bullshit, to’ lo que dice fasea, y mi make-up e’ la ola de Corea”). Aclarado lo anterior, llegamos a una Rosalía mucho más indefensa en ‘G3 N15’. A modo de carta directa a su sobrino como símbolo de la melancolía familiar, en este corte es palpable la tristeza de la artista durante los casi dos años separada de su familia debido al confinamiento. En el otro extremo de lo que siente como hogar, se retrata la faceta más tétrica de Los Ángeles, donde convive con las altas esferas (paseo de la Fama de Hollywood, modelos) en los escenarios más sombríos (papelas, jeringuillas). Así, ese espanto que transmite a su sobrino se desenmascara completamente rompiendo los silencios que dominan la canción (al más puro estilo ‘De Madrugá’) con la voz más rota que en ningún momento del álbum (“Hay picos en los brazo’, picos en las estrellas, no quiero traerte, pa’ que nunca vengas”). La voz de su abuela, sacada de conversaciones que mantenían durante las horas de estudio lejos de casa, recuerdan a la cantante de dónde viene, los pros y los contras de la vida que lleva y, por encima de todo, el papel de Dios y la familia.
‘Motomami’, canción que también titula el álbum, añade la visión de Pharrell en un corte que bien podría funcionar como intro para sumergirnos en el universo del álbum. Gracias a la participación del integrante de The Neptunes descubrimos un corte donde la producción trasciende de la letra hasta que, finalmente, se funden en uno solo con la repetición entusiasta de “motomami”. Entendemos que Rosalía emplea su voz como un instrumento más en un tema donde busca una coherencia sonora, que también parece conseguir aludiendo a términos afincados en la cultura japonesa (tatami, origami, sashimi). ‘DIABLO’ quiere plasmar aquello que es permanente en la cantante y que no cambia a pesar de su notoriedad en un corte dominado por la impureza de las voces (“de la noche a la mañana, no es que yo cambié, de la noche a la mañana, mi vida se me fue”). Aunque deja clara su lealtad consigo misma, hay versos que nos recuerdan a sectores críticos del público que señalan que la fama ha corrompido a la artista (“La que sale por TV no es la que yo conocí”, “Tú no has vigila’o, se ha ido tu pureza”). El juego de voces termina con la paralizante intervención de James Blake, que sigue en la línea de referencias a la transformación y vuelve a referirse al día y a la noche.
Lejos ahora de los peligros de la fama, ‘Delirio de Grandeza’ expresa cómo la fama también puede ser algo embriagador que también condiciona su música. Se trata de un bolero que reinterpreta el tema original de Justo Betancourt sampleando también los primeros versos de Soulja Boy en ‘Delirious’ (Vistoso Bosses). Mucho más complejo es ‘CUUUUuuuuuute’, sin duda uno de los temas más representativos del alma de este LP, que llega a funcionar como puente entre ambas dualidades de la cantante entre la saturada producción industrial y la impactante presentación de la voz de Rosalía, que vuelve a señalar a la mariposa, insignia del disco, esta vez como un elemento cute con una carga simbólica más modesta. Un inicio que recuerda instantáneamente a ‘Blonde’ y con resonancias a Arca, aunque ni ella ni Frank Ocean aparezcan en los créditos.
Después de que su parte creativa converja más que nunca con la irracional, llegamos a uno de los tracks más delicados: ‘COMO UN G’ se acerca más una carta de amor que una simple canción melancólico, pues aquí la artista verdaderamente “se dobla” por alguien y se dirige en todo momento a una segunda persona. Profundiza en sus formas de expresar el amor y sobre la necesidad de abrir sus sentimientos con un estribillo desolador (“Solo el amor con amor se paga, nada te dеbo y tú no me debes nada, el querer que no se da, ¿dónde acaba?, si encuentro el tuyo ya será deuda pagada”). Rosalía pide que le “manden ángeles” como augurio de amor y debuena suerte, hasta que hacia el final del tema se desprende del tono melancólico para prometer como un G que haría cualquier cosa por esa persona (“Que yo mato, que yo mato, yo mato por ti”, “Que siempre te querré aunque no te tenga, que siempre me tendrás aunque no me quiera’”). Hacia la recta final del disco, Rosalía nos da un respiro emocional con ‘Abcdefg’, interludio que en un principio habría constituido un fanzine. A modo de diccionario motomami, supone un baño de realidad con una Rosalía sin adornos, tan embrollado como espontáneo (sí, faltan algunas letras). En su línea estética, no faltan referencias al anime, al flamenca, al motor y al humor.
Más adelante, toma el testigo de ‘Linda’ junto a Tokischa en ‘La Combi Versace’. Con una ejecución distante de aquella primera colaboración, Rosalía puede lucir su voz sobre un juego de órganos que nos hacen reflexionar acerca de las posibilidades del género. Situada en ese momento previo al “jangueo” (“Juntas por la noche, puestas pa’l derroche, tu pelo azabache, la combi Versace”), no faltan alusiones a la ostentación (Versace, Carla Bruni, MET Gala).
Se cierra el círculo con la fragilidad de ‘Sakura’. El sonido de fondo que abre la canción pertenece a uno de los conciertos de su último tour. Pasamos de un ambiente en el que Rosalía se siente en lo más alto, como son los escenarios, a la introspección de este último corte. Con una voz que recuerda al sonido del directo, la canción se dedica a la flor de sakura como símbolo de todo lo bello que se crea y, como la flor cuando se marchita, desaparece. Después de mirar atrás a lo largo del álbum, donde habla de estos tres últimos años, se centra en el futuro: por muy elevada que sea su posición, no siente miedo de lo que le pueda deparar (“Ser una popstar nunca te dura”, “No pa’ siempre puedes ser una estrella y brillar, voy a reírme cuando tenga 80 y mire pa’ atrás”). Queda un último espacio de alusión a constantes prejuicios; aquí no se ciñe a lo musical, sino a la sociedad, sobre la medida en que se juzga a una mujer –como podemos advertir que ha ocurrido con este álbum– (“Si tienes 60 y te endiablas cuando una mujer frontea, es que no has aprendi’o na’, es que tienes un problema”). Se despide poniendo en valor los instintos primarios, lo orgánico que es el arte en general y la música en particular, que surge como el fuego, y que es tan incontrolable como este, hasta el punto de romper a la artista.
Si hay algo que podemos deducir en todo esto, es que una artista que mueve verdaderas masas, en lo alto del panorama global y tan afincada en el mainstream puede dar al público lo que quiere o darle al público lo que –todavía– no sabe que quiere. Lo segundo sería algo así como “educar” al oyente en nuevos sonidos. Una mujer que en el punto de mira hace música en sus propios términos, mezcla jazz y reguetón, al tiempo que combina un sonido saturado con una voz inmaculada, sin nada que coarte su forma de hacer música y le impida alcanzar cotas de ensueño en Metacritic.
Las comparaciones, aunque siempre odiosas, nos ayudan a entender las expresiones artísticas: del mismo modo que un artista que domina la pintura realista desde su juventud, el impulso que le lleva a ampliar sus horizontes artísticos hacia expresiones más vanguardistas no dista de una artista melódica que conquistó a la escena internacional con una estética inconfundible, pero que no es su único modo de expresión. En el moldeado de la estética y de la identidad, ahí reside uno de los motivos por los que la cultura es cultura: expresiones como ‘EL MAL QUERER’ quedan para siempre en la memoria colectiva, pero también son necesarios más trabajos como ‘MOTOMAMI’, que sí reúne estilos y códigos diferenciados, pero cuyo origen es el mismo. Rosalía es la artista que encuentra el equilibrio entre lo primario y lo superfluo, el perfeccionismo con la contradicción, la completa superación del “puede que esto no funcione”; en la música tiene aquello que transformaría lo obsoleto en permanente.