El mundo es un peliculón. Otra cosa es tener o no la óptica necesaria para apreciarlo, aunque esa sensibilidad pueda llevarnos a aborrecerlo. Y otra cosa es poseer la capacidad narrativa necesaria para convertir esa óptica particular en un discurso coherente, mimado y, sobre todo, interesante. Esto es, con la capacidad de conmover al que oye. Porque todo esto Nirban coge y lo hace sobre un ritmo. Sobrado. Buscando el yuos (si tienes un colega canario sabrás perfectamente que cuando algo nos asombra nos vale con soltar un yuos para expresar que nos hallamos patidifusos o, simplemente, que algo nos flipa).

Nirban aka Ideologuetto transforma su palique interno en una suerte de vómito agradable al oído que nos masajea la mente. Y de repente coge y te pellizca un lóbulo con fraseos como ‘‘Eso, miren p’abajo, actores malos, comerrabos. ¡Mira, mamá: sin valores!’’. Yuos.

Para el que no lo conozca, Nirban es el Gregor Samsa del rap en español. Un tipo que sale en un vídeo frente a un espejo autorretratándose mientras describe lo que ve. Sin spoilers, dejo que el resultado lo vean ustedes mismos. Como que al final uno es el resultado de eso mismo que cuenta. O que al final el mundo no es más que una alcantarilla y uno cuenta lo que ve. Quién sabe.

Cada frase es un punchline, sin pretenderlo, con su habitual ironía, casi con dejadez. Si dejas de escuchar un momento sabes que te has perdido algo. Lo cierto es que hay que tener cierto coraje para rebelarse y revelarse –con ambas grafías– en el mundillo del rap. Me explico: expresarse con tal originalidad en un mundillo de conceptos tan trillados y homogéneos en su mayoría supone toda una rebelión. Es de celebrar que alguien lo haga. ‘‘Demasiado basto para un sutil, demasiado sutil para el basto’’. Profundo y concienzudo, pero sin adornos ni intelectualismos gratuitos, que eso es para los que no tienen nada que contar.

Porque la historia de Nirban es la historia de alguien que observa el mundo desde abajo y calla. Hasta que escribe. Arriba de las alcantarillas el suelo no es más que una lámina de hielo sobre la que transcurre la vida, ‘‘ignorancia cruel tras un cristal translúcido’’, y de la que de repente asoma la cabeza de un ser extraño. Cuando esto ocurre, todos corren al lugar del insólito prodigio y no tardan en tirar la caña al agua para ver qué sacan. Pero Nirban chapa el chiringuito y vuelve a sumergirse al grito de ‘‘¡No me parasites!’’, a custodiar los diamantes que pule, su piedra intenta, su hematite. Al otro lado del hielo es todo tan ruin…

Escuchen con atención y sabrán lo que digo:

Por otro lado, de este enfant terrible canarión salió una de las frases que mejor definen la frenética vida más allá de la tranquilidad de su témpano: ‘‘el mundo, mi hijo, es mucha, mucha gente diciendo yo sí, tú no. Y eso no se estipuló’’. Al final es algo que nos ocurre a todos: solo más allá de todo ese caos podemos reflexionar o escribir algo decente, rozando el autismo. Y eso es nuestro, eso estrictamente es lo que somos. Y defenderlo es muy importante. El mérito está en saber expresarlo. Y Nirban sabe hacerlo. Nos regala todo eso aún siendo consciente de que muchos no van a entenderlo, lanzando semillas en tierra de nadie hasta que alguien coge una de ellas y entiende lo que esconden esos fraseos verborréicos: la historia del individuo contra el mundo, del uno contra el todo hasta que aprende a moverse con soltura en el caos. Esa es la historia del tipo que se aburre haciendo pie.