En Onward, la próxima película de Pixar presentada en la presente edición del Festival de Berlín, el mundo de fantasía en que viven los personajes es más ordinario de lo que debería por culpa de la tecnología: nos hemos vuelto demasiado vagos como para aprender a usar la magia. Es un poco como si volviésemos al desolador pasaje distópico que el mismo estudio proponía en WALL-E, en que veíamos a los hombres desplazarse sentados —pues su estado físico no les permitía otra cosa— en una suerte de sillones voladores.

De hecho, los protagonistas de Onward también parecen querer evitar la magia a toda costa, aunque sea de forma inconsciente. La madre del protagonista trata de apagar el fuego que escupe un pequeño dragón que tienen como mascota, como si tratara de coartar la naturaleza fantástica del bicho. Ese instante describe perfectamente el momento social que se vive en el mundo de Onward. Pese a que los habitantes de esta suerte de Zootrópolis son habituales de la mitología clásica, ninguno tiene interés en aprender a hacer hechizos, ni siquiera en conocerlos a través de los juegos de rol. Pixar presenta un mundo en que lo que tradicionalmente era real, ahora es un parque temático, de modo que explora ese olvido a las tradiciones que ya tocaba en Brave no desde el mismo pasado, sino desde la fantasía moderna.

Aun así, como en toda sociedad, existen nostálgicos que se niegan a que nada desaparezca. En este caso se trata de los hermanos protagonistas: el interpretado por Tom Holland desea que su padre siga viviendo a través de una sudadera vieja, y el interpretado por Chris Pratt que la magia perdure a través de los juegos de rol. De este modo, ambos deseos se cohesionan mediante un giro de guión, y lo que en un principio parecía no terminar de arrancar con un humor poco vivaz, empieza a hacerlo. El tono inicial de comedia de instituto, que Scanlon ya había tocado con talento en Monstruos University, vira hacia una road movie de aventuras de lo más entretenida, que hará las delicias de cualquier coleccionista de cartas Magic y sus derivados.

Onward es el camino que toman dos hermanos y las situaciones que deben afrontar durante este. Como si se tratase de una misión principal de un videojuego de fantasía, los personajes van haciendo uso de los recursos que se encuentran para ser capaces de cumplir su objetivo. Con cuenta atrás incluida, lo que da velocidad al relato, la película avanza haciendo pocas paradas para repostar, pero con tiempo suficiente como para que la relación entre hermanos siga desarrollándose. Pese al poco carisma del hermano pequeño, totalmente sobrepasado por su compañero de viaje, la película parece la versión masculina de Frozen, Olaf incluido, en que el gran tema a desarrollar es el de la fraternidad como relación definitiva.

Y pese a que, como se ha tratado de incidir en este texto, esos temas se han tocado miles de veces, Pixar tiene una facilidad apabullante para emocionar. La simpleza del relato es también de una honestidad franca, y que hace que la amabilidad y obviedad de las intenciones de Scanlon apenas caigan en la sensiblería, lo cual es de agradecer. En los momentos en que sería más fácil acercar el plano, Scanlon lo aleja. De hecho, el aspecto visual de la película es en un principio chocante, con una apuesta de retratar la fantasía un tanto desfasada que en un principio podría ahuyentar al espectador, pero que poco a poco gana en enteros, sobre todo al adentrarse en la naturaleza. Porque Onward no entrará en el mausoleo de obras maestras de Pixar, en las que descansan Inside Out, Coco y Toy Story, pero no será tan olvidable como la saga Cars.