El pasado 27 de septiembre, se estrenaba en HBO la ficción Patria, miniserie de 8 episodios basada en la novela homónima convertida en best-seller del escritor Fernando Aramburu, publicada por Tusquets en 2016. La publicación suma ya 32 ediciones en nuestras tierras, siendo traducida a más de 30 idiomas y vendida en más de 24 países. Recién estrenado su cuarto capítulo, llegamos al ecuador de una serie que, sin equidistancia y de manera lógica, inteligente y cauta al posicionarse, nos cuenta la historia de dolor de dos familias, en especial de dos madres, Bittori (Elena Irureta) y Miren (Ane Gabarain), que funcionan como el eje central de la narración, situando la trama en una pequeña localidad rural de la Euskadi profunda, cercana a San Sebastián, marcada por la lucha abertzale y por la guerra contra el estado español para la independencia del pueblo vasco.

Y como no, viene acompañada de su breve y ridícula polémica del cartelito promocional, que no deja de ser una buena estrategia de marketing que duró lo que tardó en arrancar la serie y con sus razonables opiniones encontradas dentro de los polos opuestos ideológicos, social y políticos autóctonos o nacionales. Pero esta imagen no representa la serie completa, el relato va más allá de un simple bodegón de género dramático sobre las dos Euskadi y observamos con el paso de los minutos que se empieza a convertir en una especie de ‘Spaghetti Western’, en este caso, sería un ‘Txakoli Western’. O como lo definiría su creador y director para la pequeña pantalla, Aitor Gabilondo, ‘un western de señoras’ en el que Bittori cabalga de regreso a su antiguo hogar con un objetivo marcado: buscar respuestas y encontrarse con su vieja amiga y ahora antagonista Miren.

El regreso al pueblo de ‘la loca’, como allí la llaman, hará remover los recuerdos del pasado, los rencores y el viejo odio. Pero Bittori, sin nada que perder, está decidida a saber quién mató a su marido, el ‘Txato’, un empresario local extorsionado dueño de una empresa de camiones tiroteado en plena calle. Un repaso a través de los personajes inventados de las páginas de Aramburu que, desde mediados de los años ochenta hasta el anuncio del cese definitivo de la actividad armada en 2011 de ETA, nos cuentan los estragos y la infelicidad que causó en muchas familias el conflicto, fueran del lado que fueran. Porque el dolor no entiende de bandos.

ARAMBURU Y GABILONDO: LLUVIA, BALAS Y SANGRE EN LA CALLES

Algo tendrá la novela, si ha trascendido tanto que ha unido en alabanzas después de su lectura a personajes tan dispares y pintorescos como el ministro Grande-Marlaska, la princesa del pueblo Belén Esteban o el ex presidente M. Rajoy, que viene a ser gente con la que nunca me iría de vacaciones y que desconocía que supieran leer más allá del BOE, la Diez Minutos o el Marca. Pero a todos les ha conmovido el libro, oye, por algo será. También conmovió al productor y creador de contenido para seriéfilos desde 2007, el guipuzcoano Aitor Gabilondo, sobrino del conocido periodista Iñaki, que adquirió los derechos de la obra a través de su productora Alea Media, para su adaptación a TV convirtiéndose en la primera producción de HBO EUROPE en castellano. Y quizás parte de ese éxito que está teniendo la serie en sus primeros capítulos de emisión, aparte de por una brillante y cuidada producción tanto ejecutiva como artística, también sea fruto de una adaptación casi 100% fiel a la exitosa novela, como ha manifestado Fernando Aramburu al ver el resultado final del metraje, emocionado y satisfecho, entendiendo eso sí, que la ficción televisiva tenga que tomarse a veces, ciertas licencias que en ocasiones difieren con lo acontecido en su obra escrita.

Tan fuerte ha calado el resultado completo de la serie y el trabajo excelente de su reparto dando vida en la pantalla a sus creaciones en el papel, que Aramburu afirmaba en la entrevista del podcast de la serie para Spotify, que después de visionar los primeros capítulos, ahora no se podía imaginar a los personajes de su novela sin ponerles la cara de los actores que les dan vida en la serie. Y todo esto gracias a un magnífico y creíble casting y a un Aitor Gabilondo que ha sabido plasmar la esencia de la novela con fidelidad y ritmo de thriller. Un Gabilondo que ya sabe lo que es crear ficciones de éxito y audiencia masiva en televisión donde triunfó con series como ‘El príncipe’ (2014), ‘Allí abajo’ (2015) o la reciente ‘Vivir sin permiso‘ (2018) entre otras. En esta ocasión se ha acompañado a la dirección por Óscar Pedraza y Félix Viscarret este último curiosamente ya había adaptado para la gran pantalla una antigua novela de Aramburu titulada El trompetista del Utopía que en cines se llamó ‘Bajo las estrellas’ (2007).

Entre los tres consiguen dirigir de manera tensa y exitosa un relato sobre un tema, el terrorismo de ETA, que siempre ha sido difícil de contar en el audiovisual de este país, un tema tabú y maldito, incómodo de tratar. Ahora quizá es el mejor momento para Patria, porque los hechos se han despegado suficientes años de la tragedia pero no los suficientes como para haber sido olvidados o perder interés mediático. Aún genera polémica, aún quedan heridas abiertas y dolor camuflado, sufrimiento metido hacia dentro, orgulloso como el espíritu vasco y repleto de emociones contenidas, de rechazo vecinal, del impuesto revolucionario, del ‘algo habrá hecho’, de ‘luz de gas’ teñida de silencios tristes, de miradas que expresan cosas que no se pueden decir con palabras por miedo a represalias, por miedo al que dirán, por miedo a que te peguen un tiro, por miedo a que te torturen… simplemente por miedo.

Todo esto queda reflejado en la esencia de la serie y la obra de Aramburu y Gabilondo, que dejan claro que no hay relato de vencedores ni vencidos, que todos son perdedores en este juego, y que el dolor no entiende ni de víctimas ni de verdugos, el dolor visita, vive y se acuesta con todos y cada uno de los personajes de la trama y con sus conciencias. Ninguno se libra. Todos viven de alguna manera presos en su propia cárcel de pena. Y todo, bajo la sempiterna lluvia que acompaña como un personaje más al resto de piezas del destrozado puzzle.

HE VISTO LUZ EN CASA DE ESOS

La historia se apoya como conductor principal en la espalda de las dos matriarcas de ambas familias, Bittori y Miren, magistralmente interpretadas ambas, al punto de que por momentos no parece que estén actuando sino simplemente viviendo los acontecimientos. Ellas representan a miles de mujeres y madres que vivieron episodios similares a los que aquí se cuentan, funcionando como catalizador de emociones y convirtiéndose en un espejo donde reflejar el dolor de todo un pueblo. Exponen con realismo el arco de sus personajes, provenientes de un ambiente social y económico diferente, y de cómo su amistad se separa al tiempo que se radicalizan algunas de sus ideas hacia caminos opuestos. De cómo el amor de una madre por su hijo puede cegar tanto como para abrazar el fanatismo del que antes huía atemorizada. De cómo unos geranios rojos en un balcón pueden crear tanto malestar. De cómo el resto de los miembros de la familia se ve afectado, uno a uno, poco a poco, porque en esta historia todos son víctimas colaterales de la propia vida que les ha tocado vivir. Madres, padres, hijos e hijas ayudan a fijar la trama desde diferentes perspectivas.

Como diferentes perspectivas tiene también el asesinato, que vemos filmado varias veces desde distintos puntos de vista, también diferentes formas de vivir el drama tienen los hombres en esta historia, tanto el Txato (Jose Ramón Soroiz) como su amigo Joxian (Mikel Lascurain) que fluyen entre el inmovilismo, la torpedad, la vergüenza, la cobardía y la culpa. Y los hijos e hijas de todo este drama, alcanzados por la metralla del fuego familiar y amigo o por sus propios actos violentos como en el caso de Joxe Mari (Jon Olivares) que será parte activa de la trama como verdugo y pistolero de ETA y luego como víctima de las torturas de las fuerzas político-militares del estado. O su hermano Gorka (Eneko Sagardoy) convertido en otra víctima de todo lo que sucede dentro de su casa, incluso de su propio hermano. Y el hijo del muerto, Xabier (Iñigo Aranbarri) que desde el asesinato se recrimina y prohíbe a sí mismo el simple hecho de pensar en ser feliz en un futuro, ya que el día que mataron a su padre de alguna manera también lo asesinaron a él, y camina desde entonces muerto en vida.

Al igual que las hijas, que ejemplifican a la perfección las diferentes reacciones que se puede tener ante la pérdida violenta y precipitada de un ser querido. En el caso del personaje de Nerea (Susana Abaitua), la hija de Txato, influye la edad en el espacio-tiempo. Es decir, que a cierta edad y en cierta época, viviendo en un pueblo donde existía una simpatía generalizada hacia la izquierda abertzale, no era raro coquetear con una pseudo militancia de grito y pancarta, asistir con las amigas a algún funeral de un etarra o sentir y recibir odio por las fuerzas de seguridad del estado sobre todo cuando estas se excedían y abusaban de su poder en la práctica de algún control de carretera. Y ya se sabe que el odio atrae al odio. Nerea está en una edad complicada, reñida con las normas y con la autoridad, de ahí su incapacidad para gestionar la realidad de la muerte de su padre, con el dato traumático añadido que debe tener, el enterarte de la noticia al verlo en la tele de un bar mientras ríes y tomas cervezas.

Por otro lado tenemos a Arantxa (Loreto Mauleón), la hija de Miren, a la que vemos como una especie de espejo simbólico de su familia, que muestra vestigios de un pasado normal, sano y feliz, repleta de vida hasta que un ictus la deja postrada en una silla de ruedas sin casi movilidad y sin poder hablar. Lo que antes era una sonrisa vital se convierte ahora en una mueca triste e inconsciente generada por la parálisis facial y rodeada por el espíritu negativista de su madre. Pese a ello, es el único personaje que posee sentido del humor y que nos brinda un poco de desahogo emocional entre tanto momento lacrimógeno. Agradecer la inclusividad de una figura como Arantxa, que posee un personaje maravilloso que se encarga de activar por chispazos la trama ayudándola a continuar de manera decisiva.

UTILIZAR LA MEMORIA PARA NO COMETER LOS MISMOS ERRORES

Tras analizar la mitad de la serie, se agradece la inversión de la cadena en el producto, así como a todo su equipo técnico y artístico, ya no solo se destaca un gran trabajo de producción a nivel económico, también felicitar la gran labor en el maquillaje y peluquería a cargo de Karmele Soler y Sergio Pérez Berbel, que ayuda de manera soberbia con las elipsis temporales de los personajes que suceden en la historia, así como el vestuario por Clara Bilbao que, junto con una gran dirección de arte, fotografía, música, actores y actrices secundarios, extras y localizaciones, hace que respiremos el ambiente de aquellos años sin hacer esfuerzos. También es un acierto que el casting sea casi enteramente vasco, haciendo que todo sea natural, cosa que quizá adolecían otras propuestas televisivas que se acercaban al tema y que no engancharon tanto con el espectador ni con la crítica. Referente a esto y aclarado por Gabilondo en su entrevista en Spotify, el conato de polémica por el tema del idioma, solucionado con la decisión de rodar en la lengua en la que estaba escrita la novela, en castellano y con chispazos de euskera por aquí y por allí, huyendo así de que se asociara con ningún bando en concreto.

Como siempre os invitamos a que la veáis, y de momento solo en HBO, porque en Telecinco parece como que ya no. Habrá que recurrir a la plataforma de pago para revivir el miedo de los autobuses quemados en el boulevard, a Bittori y Miren cuando aún eran amigas comiendo churros con chocolate en Santa Lucía, al Txato y Joxian disfrutando de sus paseos en bicicleta, las partidas de cartas y el vino peleón antes de que el silencio cómplice les separara… Según sus creadores, es importante utilizar la serie para educarnos, conocer nuestra historia y nuestro pasado, para aprender de los errores y no volver a cometerlos. Como en la serie, es difícil, hay mucho dolor callado de unos y otros mientras todo cicatriza lento y aún reciente. Y es que como dice Joxian a ‘la loca’ en un momento del metraje: mueves cosas que no hay que mover. Y puede que Patria, de un modo sanador, haya empezado a moverlas un poco.