Si ustedes han visto el documental emitido en RTVE sobre los treinta años del Hip Hop en España, habrán visto, como yo, a Zatu diciendo que «últimamente solo se habla del relevo» y que eso no quiere decir que ellos deban irse a ningún sitio. Algunos, después de las convulsiones, la babita y demás síntomas derivados de tales declaraciones, habrán pensado »bonita forma de acabar un documental que habla de los treinta años de evolución de un género, con el dinamismo y los cambios que ello conlleva», ¿no?. Evidentemente, no vamos a echar a nadie –Dios nos libre–, pero sí podemos pararnos a reflexionar sobre algunos conceptos relacionados con el relevo generacional en el rap.

Pertenezco a la generación de 1994 y el primer disco de rap que llegó a mis manos fue 2005 de SFDK, editado por BOA Música. Como todos sabemos, BOA ha sido el principal referente editorial de la música rap en España desde hace muchos años (desde 1993, en concreto). El último disco que compré editado bajo este sello fue T.O.T.E. en 2008. Parece que pasaron diez años entre uno y otro, tal vez por la vertiginosidad que la adolescencia concede al tiempo. Y parece que han pasado otros diez desde aquel último disco que compré hasta hoy.

Por ese entonces no conocía a la gran mayoría de los grupos que hoy escucho, y no sé cómo llegué hasta ellos. Supongo que la evolución fue progresiva. No sabemos bien cuándo ocurrió, pero las cosas cambiaron con mucha velocidad y el cambio, rápidamente proclamado por los que hacía mucho que lo pedían y constantemente discutido por los más conservadores, se hizo realidad: el underground se había convertido, para muchos, en la alternativa perfecta a la fórmula del rap que consumíamos y que era, básicamente, la que llegaba a las tiendas. Otros, con más años vividos y mayor experiencia acerca de la evolución del género que yo, se atreverán tal vez a aventurar cuáles fueron las pautas que han determinado el vertiginoso cambio experimentado por el rap en español. Yo las desconozco, pero intuyo que hay tantas causas como temas y grupos influyeron en este cambio, gradual y radical a partes iguales. Probablemente, el auge de las redes sociales y la consecuente democratización de todos los medios de circulación de música libre, así como las apuestas cada vez más claras de muchos grupos por su música, allanaron el terreno de una música que luchaba por hacerse hueco en la escena del rap en español.

Por otro lado, es cierto que con el cambio llegó también una fobia proclamada a las discográficas tradicionales y muchos de sus artistas, justificada probablemente por la progresiva pérdida de representatividad de algunas de las antiguas cabezas visibles del rap en España. Era inevitable: pocos son capaces –al menos pocos lo han sido en España– de renovar un discurso que comenzó hace ya más de diez años en muchos casos y que inevitablemente debía ceder el relevo a nuevas fórmulas. Y, en el caso de algunos nuevos fichajes (como ‘Rapvívoros’), observamos que venían a colmar la demanda de un rap muy poco madurado, siendo parcos en calificativos. No es el caso, por otro lado, de rara avis como Elphomega, prueba de que toda excepción viene a confirmar la regla.

Elpho

Lo cierto es que gran parte de las nuevas generaciones hemos optado en gran medida por la frescura y la variedad que nos ofrecían las múltiples propuestas de muchísimos artistas que han venido formando lo que conocemos como underground. Y esa multiplicidad, esa variedad temática, estética e ideológica es estructuralmente incapaz de ser abarcada por la industria musical. Por puro contrato, por pura estructura administrativa, un sello de cierta magnitud solo puede hacer determinadas incorporaciones a su plantilla en función de sus oyentes potenciales –que es, en definitiva, de lo que se lucra una disquera–, obviando el hecho de que el rap y la música en general, como todo, son una amalgama de creaciones, artistas e ideas que confluyen y se retroalimentan en el oyente. Esta es la ventaja del rap, su condición como ‘‘canción de autor’’, propiamente subjetiva, que lo convierte en un género mucho menos homogeneizable comercialmente. Por ello ha sido excluido de fórmulas de radio, porque es difícil convertirlo en un producto cuya digestión por parte del público sea previsible para la industria. Aunque otros, como los archiconocidos ‘PXXR GVNG’, hayan sabido aprovecharse del tirón para sobrevivir y pagar facturas con su música. Y no por ello es menos auténtica –de hecho, tal vez sea eso lo que le concede gran parte de su autenticidad–.

Tal vez los nuevos grupos solo hayan hecho patente que las apuestas que la industria realizó hace ya mucho han quedado a todas luces obsoletas, por el simple hecho de que los géneros, movidos en primer lugar por los artistas y después por las modas, no cambian, sino que maduran. Que es probable que muchos se hayan acomodado y que es tan fácil vivir de la música como difícil es reinventarse y elaborar un discurso coherente. Y que encima guste. Y esto no es cosa de industrias, pasta o tan siquiera música: esto es la vida misma. El debate no se centra en relacionar lo malo musicalmente con lo que da dinero, ni lo nuevo con lo puro o viceversa, ni el dinero con ‘venderse’. Es tan sencillo como que hemos vivido un cambio generacional: el rap no es para nosotros lo que era hace diez o veinte años.

Pero claro: ¿quién puede discutir figuras como Violadores del Verso, 7 Notas 7 Colores o Solo los solo? Para mí, la diferencia radica en el hecho de que, mientras unos han dejado un espacio claro en su obra a la honestidad consigo mismos y con el público, reinventándose y planteándose lo que cuentan y cómo lo cuentan, otros han mantenido su producción a un nivel constante, con las ventajas –principalmente económicas– y los riesgos que ello supone. Hace muchos años que no compro un disco de Nach o SFDK. Y sería un milagro que volviese a comprarlos. Simplemente hay grupos que, en mi humilde opinión, no han sabido envejecer, empeñándose en vivir una eterna juventud desde la comodidad que supone el llevar un buen par de años viviendo de la música. Lo cual es perfectamente legítimo, pero ahí es cuando uno tiene que vigilar lo que cuenta si no quiere que le insten a retirarse o a dejar de vender una música que carece de inquietudes o innovaciones estilísticas. Y esto es más sangrante aún porque el rap nace, en gran medida y a partes iguales, de una inquietud y de una buena forma de expresarla. Donde no hay evolución no hay inquietud y donde no hay inquietudes no hay nada de interés, salvo clichés que envejecen como envejece todo.

Esto no quiere decir que nadie deba menospreciar la música que muchos crecimos escuchando. Pero es cierto que las cosas cambian, los tiempos cambian, las personas cambian y el rap es un género outsider por definición. Y es jodido mantenerse así, no con una determinada edad, sino durante muchos años. Al menos si uno no se reinventa. Por otro lado, no olvidemos que el cambio –o la evolución, hablando con propiedad– no va en una sola dirección ni en las pautas de un solo grupo. Creo que es conveniente huir de determinismos en el terreno de lo musical en un género que debería ser precisamente abierto y libre a lo que venga y que, por el contrario, destaca por el conservadurismo de muchos y las ideas fijas. Una de las mayores suertes que tiene nuestro rap es la de su profundo eclecticismo y la celebrada madurez de muchos grupos que marcan nuevas tendencias y abren puertas nuevas a los que venimos detrás.

Aquí aparece en escena Crisálida: la primera referencia de Nestakilla es, muchos años después, el primer disco de rap editado bajo sello discográfico que voy a comprar sí o sí. Y editado por BOA. What tha fuck?! Eso supone, al menos en la cabeza del que escribe esto, el haber tomado una decisión que para muchos no sería fácil, debido a los dilemas que plantea y a las opiniones que puede causar: el arriesgarte a desacreditar tu propia música para muchos o a dejar pasar una oportunidad que puede no volver a presentarse. Y Nestakilla ha dejado que su música hable por sí sola. Crisálida me parece el claro ejemplo de alguien que cree en lo que hace y no teme entrar en el saco porque su apuesta es diferente y es su propia música la que lo hace patente. Nestakilla es un ejemplo de underground, pero sobre todo de personalidad y de la música que a muchos nos gustaría ver en las tiendas. Nestakilla es el claro ejemplo del relevo generacional en este país. Y puede ser un buen síntoma el que BOA haya editado su disco.

Porque puede que no tengamos muy claro qué es el rap y tal vez sea para cada uno algo diferente, lo cual es genial: todo es cosa de gustos. Lo que sí sabemos es lo que ya no nos representa: una manera muy ‘a la española’ y en ocasiones muy casposa de entender y de imitar algo cuyas raíces hemos sabido buscar de nuevo los más jóvenes (y algunos no tan jóvenes), sin tener que irnos necesariamente al otro lado del charco: muchos encontramos la raíz de nuestra música en las vivencias diarias y nuestros dilemas, tanto los más mundanos como los más trascendentes. Y para ello, de nuevo, hacen falta inquietudes.

En resumidas cuentas, lo cierto es que ese distanciamiento es cada vez menos rentable para los que siguen firmes en un concepto que representa cada vez a menos gente y que ha acabado cediendo frente al propio tiempo. No somos fanáticos de nada y tampoco del cambio, pero siempre es bueno que entre el aire. Atrás quedan los hechos y eso nadie se lo podrá arrebatar a la ‘vieja escuela’ española. Muchos aún miraremos con cariño algunos de sus discos y puede que, en algún momento, en un arrebato de nostalgia, volvamos a escucharlos como lo hicimos en su día en nuestros walkman. Pero ellos sabrán cuándo decir basta –otros ya lo dijeron y son tratados con todos los respetos–, porque, quién sabe, igual sí que es hora de ceder el relevo.

Yo, al menos, evitaría largarme siendo un fósil. Los fósiles solo interesan a los arqueólogos.