– Estabas dispuesto a morir. Para mí eso es perder.
– Sí, lo reconozco. Estaba dispuesto a morir con tal de ganarte ese día. Eso es lo que me provocas. Me hiciste llegar así de lejos. Y me encantó. Al fin y al cabo, ¿no estamos aquí para eso? ¿Para mirar a la muerte cara a cara y luego burlarla?

La última película de Ron Howard nos muestra la rivalidad que mantuvieron en los años 70 el piloto austríaco Niki Lauda y el británico James Hunt. Con el mundial automovilístico de 1976 como gran protagonista, estos dos fantásticos pilotos de Fórmula 1 desafían a la muerte en cada carrera con el único objetivo de vencer al otro.

Con 15 nominaciones entre los festivales cinematográficos más importantes, entre los que destacan las dos nominaciones recibidas en los Globos de Oro –mejor película y mejor actor secundario- y los Premios BAFTA, en los que partía con 4 nominaciones y finalmente solo consiguió una, mejor montaje, Rush es una de las mejores películas de 2013.

Como hemos visto, la película está basada en hechos reales, pero da igual si conocemos el final de la historia, Rush no debe ser vista por lo que cuenta, si no por cómo lo cuenta. Tampoco te tiene que gustar el automovilismo, está no es una película hecha exclusivamente para este tipo de público, ni mucho menos, va mucho más allá del mundo del motor. Es más, creo que esto es solo el instrumento del que se sirve Ron Howard para tratar de profundizar en la vida de dos personas con caracteres incompatibles pero con una química peculiar.

La película comienza en el Gran Premio de Alemania en el año 1976, en la ciudad de Nürburgring. La voz de Niki Lauda nos narra lo que acontece y nos presenta la acción. Plantea una incógnita y seguidamente nos trasladamos seis años atrás. Este es un planteamiento que hemos visto multitud de veces, es una eficaz forma de enganchar al espectador desde el primer momento.

Se conocen por primera vez en la Fórmula 3, y ya en su primera carrera juntos, la tensión se palpa en el ambiente, un rifirrafe en la pista y una posterior discusión fuera de ella, son las primeras señales que nos indican la gesta de esa rivalidad, este hecho hace que se tomen las matrículas el uno al otro y no olviden sus nombres nunca más.

Sus diferencias va mucho más allá del mundo del motor y de la Fórmula 1, los contrastes entre su personalidad y vida privada son enormes y se evidencian desde que el momento en el que conocemos un poco más de ellos. En lo referente a su vida personal, Lauda viene de una familia adinerada en la que está mal visto ser piloto. Para su padre, las carreras son “de playboys y diletantes” y los pilotos no son más que “frívolos aficionados con la cabeza hueca”. También Hunt lucha contra su familia para lograr ser piloto, pero en el caso del austríaco se evidencia mucho más, ya que el negocio familiar tiene su nombre reservado, y este va acompañado de un estilo de vida en el que tendría más dinero del que podría gastar, aún así, Lauda decide arriesgarlo todo y perseguir su sueño.

Sus caracteres también chocan, Hunt se define a si mismo como una persona impulsiva e intolerante a la disciplina, admite que es un impresentable en cualquier faceta de su vida, mientras que Lauda solo tiene una meta en su vida, ser campeón. Es un hombre serio, centrado y altamente disciplinado. Posee grandes conocimientos en mecánica y diseño de vehículos, lo que le sirve para revolucionar el equipo de Fórmula 1 en el que entra en su primera etapa en esta competición.

Esta extraña atracción hace que, aunque sus vidas estén separadas y se estén formando cada uno siguiendo una línea totalmente diferente, sus nombres se crucen en la vida del otro. Son esas veces en las que el destino envía señales para que te sea imposible olvidar a alguien.

Asistimos a un proceso de maduración de Hunt, en apariencia se toma el mundo de las carreras como algo más serio, es mucho más profesional en este aspecto, no por propia iniciativa, cuando habla de esto siempre se refiere a ello como “el equipo quiere que esté más centrado, el equipo piensa que es bueno que…”. Consigue también estabilizar su vida personal, pero tampoco sabemos si lo hace porque quiere o porque se lo han aconsejado para dar una mejor sensación al público. Esta situación es algo que no puede controlar por mucho tiempo, y estalla al poco de comenzar. El montaje en las primeras carreras del mundial de 1976 nos ayudan a comprender el verdadero estado emocional en el que se encuentra el piloto británico, la inseguridad provocada por la falta de estabilidad le pasa factura, pero no como se podría esperar, todos estos problemas le guían a aumentar su agresividad cuando conduce. Arriesgar a veces tiene sus ventajas, y en este caso las hay, porque consigue mejores resultados, pero el riesgo de tener un accidente aumenta peligrosamente.

La muerte es algo muy presente en toda la película, si algo les une a los dos pilotos es el respeto hacia ella. Da igual que uno sea más temerario que el otro, en el fondo ambos están aterrorizados con la simple idea. Lauda es el primero en experimentarlo muy de cerca, en el Gran Premio  de Nürburgring tiene un accidente que está a punto de costarle la vida. En su nada fácil y larga recuperación, Lauda no pierde ni un ápice de ganas de continuar su trayectoria en el mundial. El ejemplo claro es una de las escenas más duras y explícitas de la película, el momento en el que le están aspirando los pulmones, algo realmente doloroso. Mientras está sometido a esta terrible intervención, no le quita la vista de encima a la televisión, donde Hunt, sin él en la pista, consigue una victoria tras otra. En su vuelta, le dice esto al piloto británico:

“El verte ganar carreras mientras luchaba por mi vida también te hace responsable de que haya vuelto a competir”.

La carrera que supone la vuelta de Lauda a la lucha por el campeonato de 1976 está dirigida y montada con una gran habilidad. Es quizás uno de los momentos más épicos que vivimos, somos conscientes del afán de superación del piloto austríaco, que desafía a su propio cuerpo, duramente castigado por el accidente. De este momento épico pasamos a otro en pocos minutos, y no es nada más y nada menos que la última carrera que decidirá el ganador del mundial. Lluvia, planos subjetivos, primeros planos, planos detalle, sensación de velocidad, de riesgo, de euforia, todos estos y más detalles están absolutamente controlados al milímetro para que actúen como un engranaje y la máquina funcione de manera impecable.

Algunos aspectos que engrandecen el trabajo de Ron Howard son la manera de mostrarnos ciertas acciones, como por ejemplo aquella en la que vemos a Hunt en plena técnica de visualización del próximo circuito en el que tiene que participar, Hunt lo imagina y repite con los ojos cerrados todos los gestos que debe hacer en carrera, gira, mete las marchas, pisa los pedales… Todo ello con la voz en off del británico repasando las acciones a seguir. Es asombroso, te traslada, tiene ese toque onírico que lo hace especial.

Otro ejemplo del talento del director estadounidense se da en otra secuencia con Hunt como protagonista, en esta ocasión le vemos con el teléfono en la mano, intentando conseguir equipo para la Fórmula 1 mientras juega al Scalextric. En una conversación con la persona con la que habla, ésta le dice que los equipos no quieren contratarle por la reputación que le precede, en ese instante, el piloto pregunta enfadado “¿Qué reputación?”, justo en el momento exacto en el que el coche que estaba manejando se sale fuera de la pista. Fantástico. Todos conocemos el estilo de conducción del piloto y sería reiterativo que la persona con la que habla lo volviera a mencionar, por eso opta por este opción. Es un ejemplo magnífico de “cómo decir algo sin decirlo”. Obviamente Peter Morgan, guionista de Rush, tiene gran culpa de estos detalles.

Como conclusiones, destacaría finalmente las actuaciones de Daniel Brühl y Chris Hemsworth, ambos están realmente sensacionales. Quizás pondría un peldaño por encima a Brühl, pero sin quitar mérito a Hemsworth.

“La felicidad es el enemigo”, de Niki Lauda, contra el “¿de qué sirve el éxito si no puedes disfrutarlo?”, de James Hunt, dos maneras de entender el deporte y el riesgo, en la que una necesita de la otra para poder ser lo que son y hacer lo que hacen.  El discurso final de Niki Lauda lo evidencia:

“Siempre nos han visto como rivales, pero él fue una de las pocas personas que me han caído bien, y de las poquísimas personas a las que he respetado. Y sigue siendo la única persona a la que he envidiado”.

Nota: 8.5/10