A todos nos hace gracia alguna vez que otra escuchar el sonido que reproduce una grabación al ser rebobinada. Ese efecto reverso de la voz como hilo conductor de algo único y espectral, siendo nosotros mismos los productores de ese anagrama temporal, tiene algo que nos atrapa. Lo mismo pasa con la burda imitación con gestos desacompasados al hacer que caminamos de adelante hacia detrás. No se me ocurren muchos más ejemplos de los que podamos ser capaces de parodiar medianamente bien, por ello siempre, tristemente, estas técnicas ancestrales rebosantes de creatividad están destinadas a cansarnos rápidamente debido a su brevedad y sobre todo intensidad. Aún así, con eso nos vale. Nos es suficiente el magnetismo lúdico que desprende el sentirnos Chronos por un tiempo limitado, habiendo asumido ya que no hay muchas más modalidades de jugar a atrapar el tiempo.

No compartirá el mismo parecer Christopher Nolan, quien lleva toda una vida fílmica dedicada y empeñada a resquebrajar el cronómetro dándole saltos, vueltas e inversiones espacio temporales. Cada uno tiene sus tocs y sus enigmáticas manías, diferentes formas de ver la línea de la vida que, a priori, se tercia recta. Pero el empeño del británico es considerable y meritorio cuando en la gran pantalla todo parece cobrar un sentido que de primeras una mente se trastabilla al imaginar. Su última referencia es Tenet, estrenada hace menos de una semana y retrasada en varias ocasiones por la pandemia, un palíndromo temporal que a ritmo de cine clásico nos mete de lleno en saltos temporales, presentes en pasado y futuros apocalípticos.  

Al ser experto acróbata del tiempo, Nolan está acostumbrado a que a la mayoría de sus películas se les atribuya la necesidad de ser comprendidas mínimamente al segundo visionado, por ello Tenet depende un poco de como te levantes. Si vas bien previsto de los guiños clásicos del director no hace falta sacar boli y papel, a no ser que tengas una tarde mala y no entiendas nada a la primera. Tenet no es tan difícil como se ha catalogado, algo que en las anteriores referencias del británico no pasa. Y quizá sea porque te lo cuentan todo. Desde las diferentes teorías físico moleculares hasta cómo funciona el tiempo dentro del grueso de la película. Tenet es un puzzle ya hecho que antes de enmarcar lo tiras al suelo para demostrar que sí, que ahí estaban las 1000 piezas que se describe en la caja.

Veremos volteretas temporales de idas y venidas donde la idea principal se resume en un juego de espías propio de las primeras películas de la saga Misión Imposible’, con reminiscencias de los James Bond más clásicos. Un 007 protagonizado por John David Washington, que se mete de lleno en convertirse en la salvación del mundo a base de puñetazos y volantazos mientras el malo malísimo quiere ver cómo todo acaba en pedazos. Esa es la trama, los juegos y rebobinados son el método de ilusionista para enganchar hasta cierto punto del metraje, porque más allá de ahí son elucubraciones y quebraderos de cabezas para intentar adivinar qué escena es del futuro y cuál del pasado. 

Un agujero negro de los que le gustan al director al que poco a poco nos vamos sumiendo y así abandonando el mejor estilo de la película, siendo este el primero, el de pistolas con silenciadores y lenguajes que suenan a checheno. Aunque si vamos a ver Tenet aceptamos que van a jugar con nosotros, esta ya nació con la columna vertebral formada, como película de autor, como película de Nolan. No nos será válido rebuscar el ticket en el bolsillo trasero al ver que Tenet no ha llegado a ser la película que iba a salvar el mundo del cine contra la pandemia. No es el mesías de 2020, ni tampoco nos hace olvidar la catástrofe que se vive en las salas, pero a falta de nada, nos queda decir que visualmente es una de las mejores referencias hasta la fecha.  

Sin dejar la reticencia de lado, pero con las expectativas muy altas, Tenet se esperaba como la sanadora del panorama, la vuelta del buen cine. El problema es que cuanto mayor se erige el pedestal por la grada, más grande puede ser la caída. Dividiéndose parte de la culpa, la propia película presentaba en su tráiler una frase tan contundente como peligrosa: “No trates de entenderlo, sólo siéntelo”. Y en principio, viendo el historial del director, ¿por qué no deberíamos creer a Nolan? Pero una vez sentado, por primera vez en meses, la sala a medio llenar, entre espacios huecos y mascarillas, Tenet no irradia nada de alma, no consigue hacernos olvidar que todo sigue siendo un drama. Desde los primeros segundos se impone un matiz fortississimo que no para casi durante toda la película, un frenetismo que no da tregua a la calma, a la contemplación, a la adivinanza. Tenet se convierte por ella misma en una película gélida, donde hay mucha acción, música estridente  y desvelos constantes sobre los planes que se traman. 

Una película de Nolan hecha por Nolan podría lucir a modo de subíncide bajo el título. Un film con todos los subtítulos, descriptivos, versiones del director, explicaciones y guiños posibles marca de la casa. Como si este hubiera sido invitado a un seminario de la academia. Tenet es un poco de Memento’, un poco deInterstellar’ y mucho de Origen’. Que no es lo mismo sueños dentro de sueños que inversiones en el tiempo, pero hasta el guiño de la peonza y su final abierto es compartido por las dos películas. Las mismas bases donde el protagonista es acompañado por un gran secundario, en este caso Robert Pattinson, el siguiente fetiche de la industria como lo fue Bale o McConaughey, que completa un trío de miradas tensas donde Elisabeth Debicki se sitúa en el epicentro del dilema. Varias caras conocidas completan el reparto, como Michael Caine, Clémence Poésy o el malo de la película Kenneth Branagh, al que le han dejado un personaje a la altura de los peores villanos de Disney. 

A este elenco se le suma una de las revelaciones de la entrega, la banda sonora. Con la idea fija de no hacernos bajar la mirada puesta en la sábana, la elección que corre a cargo de Ludwig Göransson, muy metálica e histriónica para nuestro fino oído familiarizado a Hans Zimmer, da la adrenalina necesaria en muchas de las escenas convirtiéndolas en los pasajes más destacados de la película. Una selección sonora que cuenta con la participación de Travis Scott y su canción ‘The Plan’, cargada de tensión y movimiento en cada golpe de sus notas bajas. Giros modernos que chirrían con nuestro mal acostumbrado clasicismo impuesto en la filmografía de Nolan nos hacen pensar que quizá sea eso lo que falle. O quizá es que peca de ser más de lo que promete. Sin tener ninguna cualidad mala, tampoco posee ninguna excelente. Es la carencia lo que le mata.

Una falta de planos preciosos, que no precisos, como pueden tener ‘Origen’ o ‘Dunkerque’, nos dan escenas de persecuciones donde el telón de fondo es una M30 casi desierta de los extrarradios de Tallin, Estonia. La magia desaparece en terrenos que han sido elegidos expresamente por el director, una amplia variedad que comprende hasta siete países diferentes en su rodaje, lo que no juega mucho a su favor cuando lo que más copa la pantalla son primeros planos que ahogan y hacen echar de menos constantemente cuando el campo se abre y la imagen respira. Encontramos el puro deleite en varias de las escenas donde se revierte el tiempo, donde se juega con el propio lenguaje del cine, donde el tiempo es un baile y John David Washington se encara a su propia naturaleza invertida. Ahí sí disfrutamos Tenet.

La idea del tiempo siempre fue buena, pero quizá demasiada enrevesada para dejarse llevar y disfrutarla como prometía su avance. Las líneas atemporales empiezan a perder eficacia cuando se cuelan demasiadas peleas, ruidos de motor, cristales, cocinas reventadas, helicópteros, guerras por equipos y aviones en llamas. No hay nada de espacio para forjar un propio pensamiento, para pararnos a pensar si lo estamos entendiendo del todo. Que quizá no importe y no sea este el principal estímulo del que debamos estar pendientes, pero lo único que le falta a esta película es precisamente eso, tiempo. Se describen las teorías en las que se basa todo el enclave, las hipótesis, nomenclaturas y paradojas extrañas. La ecuación mostrada con todas sus x, sus y, apóstrofes, bibliografías y agradecimientos. Ni si quiera nos da ese gusto de salir de la sala e ir corriendo a buscar cuales son los preceptos que nos sonaban y comprobar que no tenemos ni idea de nada de lo que nos han contado, mucho menos de física cuántica.

El poso que nos deja al acabar Tenet es una ecuación a lápiz para intentar descifrar en qué momento hemos visto el futuro y cuándo el pasado, aunque se entienda casi en un primer visionado. Casi o no, tampoco creo que importe nada si lo cogemos a la cuarta. Aunque de importes sabe bien el director al ver la factura de la producción, convirtiéndose esta en la segunda de mayor coste de su filmografía. Una cifra que a pesar del ímpetu del director por recuperar el grano antiguo y proyectar la película en IMAX de 70mm optando por la mejor calidad posible, se hubiera justificado más si todo virara en torno a ese juego de ilusionismo, de miradas o de espías donde entramados gubernamentales planean acabar con la raza humana y el héroe siempre se salva. Para la paradoja y los enigmas siempre habrá tiempo, aunque nunca es fácil conseguirlo del todo, ya sea pararlo o invertirlo.