Hace un año, llegaba algo diferente a lo que nos tenía acostumbrado la pequeña pantalla. Un relato místico ligado a temas tan singulares como la filantropía, ritos satánicos o el terror cósmico. Todo ello se unía en ocho capítulos capaces de mostrar la crudeza máxima del germen humano. Aquello fue True Detective, una de las mejores propuestas creadas para la televisión, con un carisma tan propio capaz de eclipsar a cualquier otra grande.

El 21 de junio se estrenó la segunda temporada, ideada originalmente por Nic Pizzolatto. HBO venía desde finales del año pasado abriéndonos boca con rumores y sorpresas para esta nueva entrega. Las quinielas tacharon grandes nombres como Bradley Cooper o Ryan Gosling, hasta Brad Pitt sonó como cabeza de cartel. Finalmente, fue Collin Farrell el elegido para liderar un trío de ases, con Vince Vaughn y Rachel McAdams como picas y corazones de la baraja. Una difícil tarea la de igualar a Matthew McConaughey y Woody Harrelson y sus brillantes papeles en la primera temporada. Pareja que pasará a la posteridad de la interpretación.

Las comparaciones son odiosas. Y más entre películas o series. Esta segunda temporada se engendró con dicho lastre. Ser la secuela de una obra maestra es una propuesta difícil de cara al éxito. Pero para esta nueva entrega hay que olvidarse de todo lo anterior. True Detective vuelve para situarnos en una historia nueva, mostrarnos nuevas identidades en un tablero de juego muy opuesto a la pasada oscura historia de Louisiana.

Solo y sin hielo

Empecemos por el principio, la cabecera. La serie de la HBO vuelve a seducirnos con un opening sumamente cuidado. La unión entre superposición de imágenes y sintonía es pura poesía. ‘Nevermind’, de Leonard Cohen, enlaza metáforas visuales y dobles sentidos creando una inmersión directa al mundo sórdido y sucio en el que se desarrollará la serie. Frases de la propia canción tan explicitas como: ‘Tuve que dejar mi vida atrás, excavé algunas tumbas, que nunca encontrarás. La historia se cuenta, con hechos y mentiras. Tengo un nombre, pero eso no importa’, serán una magnifica introducción al corazón negro de True Detective. Nada es escogido al azar. Todo tiene un sentido.

True Detective es diferente a todo, la cara oculta de la luna. Es la muestra más directa del lado primario, salvaje y puramente natural de lo humano. La oscuridad, la suciedad y la maldad cogen cuerpo y forma en personajes y escenarios haciéndonos cómplices de la brutalidad sin ninguna prohibición. Y nos gusta ser participes de ello. En esta segunda entrega vemos una sociedad próxima a un caos comandada por los intereses que genera el dinero, moviendo sectores tan poderosos como los casinos, el mundo del cine o la ley.

Cambiamos los pantanos por el desierto y la cerveza Lone Star por el Bourbon. Si el primer True Detective era Lovecraft, esta segunda entrega recuerda Bukowski. Tiene todas las características de un Noir clásico, algo que ya hemos visto en repetidas ocasiones adaptado a la pequeña pantalla. Puede ser una trama centrada en la corrupción, dinero, alcohol y asesinatos, pero decir que solo trata de esto sería quedarnos en la superficie, ya que es un relato psicológico, poético y, sobre todo, humanístico sobre lo miserable de la vida y la decadencia de la sociedad en su grado extremo. Trata de almas negras y corazones rotos.

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Un asesinato y diferentes piezas de un puzle sin resolver conforman el epicentro de la trama. Pero con novedades esta vez. En esta entrega cambiamos de lugar. California será la escena del crimen. El estado más multitudinario de los Estados Unidos mostrará su cara más fea. Lejos de luces y rascacielos, Nic Pizzolatto nos sitúa directamente en los suburbios y prostíbulos de una ciudad ficticia llamada Vinci, donde las carreteras infinitas junto a los incesables gases de las petrolíferas se unen para crear un ambiente lúgubre de humo y sangre.

Así como cambian los lugares, cambian los roles. De dos detectives principales pasamos a tres (Collin Farrell, Rachel McAdams y Taylor Kitsch) que junto a Vince Vaughn formaran un juego de espejos y miradas desconcertantes para el espectador. No podemos dejar de ver un intento fallido de imitación sobre Rust Cohle (Matthew McConaughey), dividiéndose en fragmentos por todas las personalidades de los protagonistas de la serie. La melancolía de los personajes y el existencialismo a los cuales nos acostumbró True Detective queda como una mera falsificación enlatada. Aún así, las conversaciones de autopista muestran nuevas perspectivas sobre la fragilidad de la vida, guerra entre sexos o los valores familiares a modo de pequeñas perlas que nos sigue brindando la serie.

Si es cierto decir que esta segunda temporada tiende más a la crítica social, que peca de no ser tan arriesgada en su temática. Más general y menos particular, disipa su aura mística para convencer, pero no para impresionar. La segunda entrega de True Detective se compone de capítulos con buen ritmo y finales con tendencia a dejarnos sin aliento en los cuales se impone el realismo a lo imaginario, la brutalidad a la filosofía, el impacto al sigilo. Y aunque entretiene, echamos de menos aquel misticismo de la primera. En resumidas cuentas, cumple, aunque se esperaba más de ella. True Detective seguirá dando que hablar y, sobre todo, dándonos que pensar.