Les propongo un trato. Echen la vista atrás, que suenen los cañones otra vez como si en una de piratas se encontrasen. Todos, seguro que todos, disfrutaban en sus cascos con la música de Zatu, Violadores del Verso o Mala Rodríguez. Antes de que Suite Soprano y compañía llenasen las salas de todo el país estaban ellos. Uno todavía se pregunta dónde está Wifly, qué tal le fue a esa niña que vivía en el barrio de la Paz o cómo acabó esa historia de amor loco entre Kase y su micro.

El panorama ha evolucionado. De los citados anteriormente, Zatu se ha reconvertido y ya se puede decir que es uno más dentro del ambiente joven que existe ahora mismo. Violadores del Verso perdió fuelle hace unos años y, aunque siempre estará ahí, más de uno de los nuevos que han llegado hace poco no habrá oído ninguna rima de Hate, Lírico o Kase. ¿Y Mala Rodríguez?

Ella misma se pregunta a qué hay que rendir pleitesía. Posiblemente, a ella. Mala Rodríguez se ha convertido en una de las artistas españolas con más repercusión en el mundo. Esa niña mala se ha convertido en una bruja capaz de abrir su corazón de la forma más desgarradora con tan solo trece cortes. El problema es que no todos han sido capaces de sentir esas sensaciones, quizás, más centrados en la furia del videoclip de “33” que en reflexionar sobre el por qué de esa actitud.

La corona que lleva tatuada en el brazo simboliza su posición. Pocos artistas nacionales pueden presumir de haberse rodeado de cantantes de la talla de Romeo Santos, Calle 13 o Canserbero. Para este último, María dedicó unas bonitas palabras tras enterarse de la muerte del joven venezolano: “La única razón por la que nos ha dejado es porque es un ángel y estaba apurado. Descansa en paz. Te amamos”. Su éxito cruza fronteras y allá, en América, el respeto se lo ha ganado cual rey su corona.

La furiosa bruja

En la vida hay que caminar, nunca pararse en seco aunque encuentres mil obstáculos en el trayecto. ¿Qué hay tan importante en la vida como para sufrir por ello? Solo los esclavos saben lo que vale un día de su vida y el resto, todo lo malo que sufren, se puede esfumar. Lo que hoy está negro mañana será blanco. No son pocos los mensajes que Mala Rodríguez envía en su último disco. Como si de dardos se tratasen, no se puede saber su destinatario, aunque con un poco de imaginación basta para poner nombre a su rencor.

La música es desahogo y, en esta ocasión, “Bruja” es el particular diario de la Mala. No interesa su vida privada, ni qué pasó para que estas letras saliesen a la luz, pero si algún día uno experimentase el desamor querría decirle a su pasado que el trabajo de un hombre no puede hacerlo un niño, que estamos vacíos y que si no tiene interés que se vaya. La bruja consigue mezclar diferentes sensaciones, entre ellas el dolor o el rencor, pero los mezcla con gran sutileza con la sensualidad revivida al convertirse otra vez en un alma solitaria de la que muchos están pendientes.

Descalzos y con ganas. Tiene que enfrentarse a lo malo para superarlo. Ser consciente de lo que ocurre y dar un paso hacia delante. Nada es tan importante como para estar mal. Es momento de cambios, de arrancar un nuevo ciclo. Si te mueves, todo pasa. Si te quedas quieto te calas hasta los huesos. La lluvia se lo debe llevar todo.

No hay interpretación más verosímil que la del propio autor de una obra, pero lo bonito de la música está en que cada uno recoja esas pinceladas de realidad y las imagine a la par que van avanzando las letras. “Bruja”, como todos los buenos trabajos, es un viaje de sentimientos. Unos se encuentran a la Mala más desbocada de su carrera, otros, en cambio, la ven delicada, tensa y con ganas de avanzar. ¿Quién sabe? Puede que no todos estén preparados para entender a la reina.